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viernes, 7 de octubre de 2011

Aunque todo el mundo callara, los hechos mismos gritarían.

"Dios sabe que no busqué en ti nada más que a ti mismo (...) El nombre de esposa parece ser más santo y más vinculante, pero para mi la palabra más dulce es la de amiga y, si no te molesta, la de concubina o meretriz (...) Prefería el amor al matrimonio y la libertad al vínculo conyugal. Dios me es testigo de que, si Augusto -emperador del mundo entero- quisiera honrarme con el matrimonio y me diera la posesión, de por vida, de toda la tierra, sería para mi más honroso y preferiría ser llamada tu ramera, que su emperatriz."

"¿Qué rey o filósofo podía competir en fama contigo? ¿Qué región, ciudad o aldea no tenía ansias de verte? ¿Qué casada o qué virgen no ardía en deseos del ausente y se quemaba con tu presencia? ¿Qué reina o gran mujer no envidiaría mis placeres y mi cama?"

"No debo esperar nada de Dios, pues todavía no tengo conciencia de haber hecho nada por su amor"

"Ojalá, querido mío, confiaras menos en mi amor, para que así fuera más solícito. Pero cuanto más seguro te sabes, más negligente te encuentro".

Eloísa a Abelardo.

viernes, 25 de marzo de 2011

Asterión

Colmillo es el perro de los vecinos. Vive aquí al lado hace muchos años, supongo que es un poco menor que el Gringo, pero a pesar de ser algo viejo, tiene alma de niño. Muy seguido lo escucho jugar con algo que suena como una botella plástica cuando la muerde, tira y arrastra.
Nunca lo he visto. En todos estos años, al menos 11, cada vez que paso por la casa de al lado, miro con la esperanza de que por alguna excepción Colmillo esté ahí, pero siempre lo tienen en el patio de atrás. Imagino que es grande por como suenan sus pisadas, sus juegos, sus ocasionales ladridos y por su nombre (¿un poodle podría llamarse Colmillo? ¿Mis vecinos, chilenos medios de asados de fin de semana, usarían la ironía para nombrar a un perro?)
Me da pena que nunca le hablen con cariño, que nunca lo dejen entrar ni un poquito a la casa o pasar al antejardín para oler a otros perros y ver a otras personas. Deduzco que es tranquilo, que se porta bien, y apenas ladra (en mi casa los ladridos del Gringo pidiendo salir a hacer pipí o pidiendo cariño eran cosa de cada noche, y mi niño malcriado casi nunca se llevó retos por eso), pero muy seguido escucho "¡COLMILLO!" con un tono que hasta a mis perros asusta, o "¡CÓRRETE COLMILLO!" y una patada después del grito. Los juegos de Colmillo con la botella difícilmente son mañas de un perro intranquilo; deben ser su única forma de pasar las horas encerrado en ese patio donde constantemente lo molestan. A veces, cuando escucho los ruidos de la botella, me gusta imaginar que no es su única entretención, y que juega a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa, o que juega a que hay otro Colmillo, igual a él pero completamente distinto a esos seres humanos a quienes conoce, y que ese otro lo visita y le muestra el patio con grandes reverencias: Ese parrón da una maravillosa sombra para dormir siesta a las 5 o Este árbol está aquí para que podamos correr alrededor hasta quedar con las lenguas afuera o No sé por qué cortaron este árbol tan lindo, el tronco que ves me recuerda todos los años que me acompañó y a los pajaritos que se posaban en él, a los queme gustaba asustar de vez en cuando.
Ahora escucho la botella.

domingo, 2 de mayo de 2010

El verdadero final del Quijote

Capítulo LXXIV

De cómo don Quijote cayó malo, del último engaño que se le hizo y de su muerte
"Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba; porque o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido o ya por la disposición del cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama, en los cuales fue visitado muchas veces del cura, del bachiller y del barbero, sus amigos, sin quitársele de la cabecera Sancho Panza, su buen escudero."
Hasta aquí, mantengo el relato tal y como llegó a mis manos en el manuscrito de Miguel de Cervantes y Saavedra, pero lo que se dice a continuación es lo que rescaté del relato del moro Cide Hamete Benengeli, puesto que el autor español pecó de imaginativo y dio otro fin a nuestro valiente caballero. Ninguno de esos arrebatos de cristianismo es fiel a lo que en realidad aconteció, y es por eso que me veo en necesidad de relataros el verdadero desenlace de tan maravillosa y famosa historia.
Viendo el cura, el bachiller y el barbero el inminente fin de don Quijote, luego de discutir y discutir sobre el tema, decidieron darle una muerte feliz y ya no intentar volverlo a la cordura, empresa que les fue siempre imposible. Estando don Quijote tan triste de no poder desfacer agravios y enderezar tuertos cuan grandioso caballero andante, conmovió a sus amigos que, como hemos visto, habilidad tienen en engaños y triquiñuelas. Decidieron entonces ir donde Aldonza Lorenzo para pedirle que visitara a su siempre enamorado don Quijote, vestida como princesa del más alto linaje para que el de la Triste Figura la viera desencantada. Ama y sobrina no aceptaron el engaño de muy buen talante, que ya de caballeros y pilatunadas de caballería estaban hartas, pero entristecidas ante la salud de don Quijote y queriendo para él el mejor fin, se sumaron a la farsa.
Fueron en busca de Aldonza, a quien tuvieron que convencer ofreciéndole dos botas de vino, que harto tentada por los licores era, y lleváronla a la casa del barbero para acicalarla, que falta le hacía. Cosió la sobrina un bello vestido mientras el ama bañaba a Aldonza que chillaba como cerdo porque jamás le gustó el agua. Frotábala el ama con fuerza porque la mugre que tenía llevaba allí años, y olía que trascendía. Luego del baño preparó la sobrina miel caliente para arrancarle a la robusta joven los vellos negros, gruesos y rizados que tenía como si fueran una sola ceja, en el bigote y los que tapizaban su pecho y piernas. Comenzó la sobrina por el bigote y Aldonza gritó del dolor, de un manotazo hizo volar la miel por la ventana, corrió por la casa, rompió vasijas, volteó mesas, metió el hocico -que es difícil decir que tan tosca mujer tenía boca- en el agua y salió corriendo y subió a lo más alto del primer árbol que encontró. Ama y sobrina tuvieron que prometerle que la dejarían tan peluda como estaba y que le darían otra bota de vino además de una pierna de jamón para que la mujer bajara y siguiera con el engaño. Tuvo que aguantar la pobre que el cura, el barbero y el bachiller tiraran al tiempo de los cordeles de la faja que le pusieron, porque ama y sobrina no tenían tanta fuerza para apretar sus carnes robustas y hacerle algo de cintura en ese cuerpo más heredado del padre que de la madre.
Embellecida Aldonza lo más que se pudo, que no fue mucho, iba a ver a su don Quijote cuando unos mozos de la aldea se le acercaron para reírse de sus atuendos. ¡Mona que viste de seda, mona queda!, gritáronle, lo que oyó don Quijote desde su lecho. Levantó la cabeza lo más que pudo para asomar los ojos por la ventana y ver a qué honrosa dama algunos grandísimos bellacos trataban de esa forma, y al ver a su sin par Dulcinea del Toboso, sintió recobrar fuerzas y decidió ponerse en pie, confiando que el Caballero de la Blanca Luna consentiría que volviese a la caballería sólo por esta vez, para defender a su amada de esos hombres que don Quijote creyó ser los mismísimos infantes de Carrión.
- Sancho, amigo -dijo don Quijote a su leal escudero que no se separó de la cama durante la enfermedad- acercadme mi armadura, que el inigualable y valeroso caballero don Quijote de la Mancha debe defender la honra de su amada.
- Pero vuestra merced está que estira la pata, y prometió no volver a la caballería en un año.
- ¿Qué no veis, grandísimo bellaco, hideputa, que en este momento mi Dulcinea del Toboso está a punto de ser agraviada por los Infantes de Carrión? No hay promesa que valga ni malestar que no se aguante si la honra de mi amada corre algún peligro.
- Yo no veo por la ventana a esos Infantes de Cuairón, pues no veo más que a unos ladronzuelos de la aldea que se burlan de la hija de Lorenzo, y cómo no, que con esas ropas se le ve la espalda más ancha y fortachona de lo que ya es y se le ve todo el pelo que la cubre, que ni Teresa lo tiene en esa abundancia.
- No sigáis, Sancho, que no quiero enfrentarme a mi fiel escudero, y sígueme, que la aventura más importante y honrosa en la que podrías imaginar ver a tu señor está que acaece.
Salió don Quijote a enfrentar a los mozuelos y casi llegando a su encuentro cayó al suelo de la propia vejez y calentura que lo tenía en su lecho. Dio Aldonza unos golpes con la rodilla a los bellacos que de ella se burlaban, ahí donde más les duele, y salieron corriendo como pudieron, con las piernas juntas de las rodillas hacia arriba, que el dolor de los golpes los tenía inmovilizados por esos parajes. Sancho se acercó a su señor y Aldonza, enternecida de ver en tan mal estado a un señor de tal edad, acercose, y recordando lo que había quedado de hacer, tomó la mano de don Quijote, que recobrando apenas el sentido, al ver a quien para él era la mujer más bella de todas las de este mundo, más que Isolda y Oriana, sintió que en su pecho no cabía más felicidad.
- Sancho, dime si no es bella Mi Señora. Oh, mi sin par Dulcinea de Toboso, siento que la vida se me va, pero no hay mejor muerte para un caballero que dar la vida por defender la honra de su amada. Tantas aventuras, todas para prepararme para la final, para la batalla de las batallas, en la que he dado mi vida por vos, mi dulce amada. ¿Viste, Sancho, cómo huyeron esos infames?
- Cómo no iban a salir corriendo con el golpe que les di a esos hideputas- dijo Aldonza.
- Tu vos está cada vez más ronca, Sancho, y no seas codicioso de la gloria ajena, que a esos bellacos yo los golpeé. Y cuida esas palabras, salvaje, que así no se habla en presencia de mi señora.
Estuvo a punto Sancho de decirle a don Quijote que no fue él el que habló, pero el estado de su señor era tal que más de unos minutos de vida no le quedarían, y no pudo sino decirle cuánto lo estimaba y cómo le dolía su partida.
- No os turbéis, Sancho, que en el cielo me esperan el Cid y Amadís. He luchado siempre llevando por delante el nombre de mi tierra, mi Dios, y mi amada Dulcinea, que finalmente ha tomado mi humilde mano. Nada puede ser mejor, no hay otro fin que quisiera más que este. Sólo quiero pedirte, Sancho amigo, que contéis este mi fin, para que se sepa que no fui recluido como un loco, como lo dijo ese tal Avellaneda, ni mucho menos que pasé mis últimas horas declarándome enemigo de Amadís, ¡Dios me guarde!, ni mucho menos arrepentido de las lecturas de las hazañas de los grandes héroes que han pisado este mundo, esos a los que gracias a ti, fiel escudero, he podido igualar. Ese Cervantes, vil bellaco, es el más hideputa de todos. ¡Deshonrosa muerte me ha dado en sus falsos relatos!. Toda deuda entre nosotros queda saldada, Sancho, y dejo a ti ciertos haberes que guardo bajo mi cama. A vos, mi sin par Dulcinea de Toboso, dejo mi corazón, y todas mis aventuras que han sido relatadas fielmente por el moro Benengeli, han sido desde siempre para vuestra merced. Nada me alegra más que vivir mis últimos momentos con tan fermosa doncella, y así partiré seguro de que vuestra merced no creerá las bellaquerías que de mi descenso se han escrito. Sepa usted, que yo muero como el caballero más valiente y más enamorado del que jamás se ha sabido.
Diciendo esto, dio Don Quijote su último suspiro.

domingo, 7 de junio de 2009

Uuuy, yo leí Los vigilaaaanteeees

weón, asúmanlo, la Eltit escribe como la mierda

lunes, 13 de octubre de 2008

Destino, suerte, coincidencia, sugestión, lo que usted quiera.
La cosa es que justo después de subir la entrada anterior, me encontré con Cara Barer, escultora y fotógrafa que en su obra se pregunta por el lugar de libros y bibliotecas.


"La forma que elegimos para investigar y descubrir información es también una evolución. Espero suscitar preguntas acerca de estos cambios, de la efímera y frágil naturaleza de la cual obtenemos conocimiento, y del futuro de los libros."









Estuve mil horas intentado poner las fotos de otra forma, pero arww se corría todo y nunca quedaba bonito y arwwww

viernes, 10 de octubre de 2008

¡Libro, no te mueraaas!

Internet, lectores digitales, y otras mil cosas que probablemente ni conozco porque la tecnología me gana con gran ventaja, están atentando contra el libro como objeto. A esto sumemos el récord del impuesto al libro en Chile, uno de los más altos del mundo, que obliga a muchos a bajar libros de Internet. Como compradora compulsiva de libros, pensar en acceder a ellos virtualmente, si no gratis, a precios muchísimo más bajos que los que tienen los libros impresos, pensar en ese escenario debería entusiasmarme. Sin embargo, el libro no es sólo contenido, y tiene un inmenso valor como objeto, como fetiche, tanto así que hace que se me ericen los pelos ante tal idea.
Ya escribí hace un tiempo una entrada sobre subrayar libros. Poder destacar el texto en el computador, o agregar cuadros al margen en los que se puede escribir, no tiene comparación con tomar un lápiz y hacer anotaciones y subrayados a mano. Además, nada en el mundo virtual puede suplantar el lugar de los marcadores, de las flores prensadas, las fotos, postales y muchos otros recuerdos que se pierden entre las páginas de nuestros libros para ser sorpresivamente reencontrados quizás años después, o que son guardados con certera memoria dentro de algún libro especial, o en ciertas páginas que nos llegaron más que las otras.
A todos aquellos que defienden la virtualización del libro, les digo que el contenido no es siempre lo más importante. Sí, el libro es también un objeto, y es como objeto que adquiere un valor muy especial. Quizás sea un gusto snob o puro materialismo, pero siento un quizás pueril orgullo por los libros que sobrepueblen mi pieza. Los libros son objetos que al comprar o recibir como regalo se hacen propios, cosa que no pasa con los textos digitales. Les pongo mi nombre, les busco algún lugar en mi pieza, los miro, los huelo, los leo y subrayo, los abro y cierro indiscriminadamente, los hago absolutamente míos, volviéndolos únicos e invaluables. Esta materialidad imposible de experimentarse con un computador de por medio, es una de esas características que hacen que personas como yo amemos los libros. No, señores, los libros no son amados sólo porque son buenos o profundos o shuper locos, sino porque son fetiches. Aquí debo mencionar mi profunda atracción, fetichista también, por todo objeto coleccionable. Me gustan los excesos, la exageración, a veces hasta la ostentación, y también las fijaciones y obsesiones. ¿Dónde vemos todo esto? ¡En las colecciones! Que los libros atiborren mis repisas y hasta se amontonen en diversos rincones, no responde sólo a aires de intelectualidad (pfff), sino a mi forma de ser. Matar el libro como soporte de un contenido matará también el gusto y necesidad de tantos que los coleccionamos un poco perturbadamente.
Tampoco olvidemos el fetichismo y adicción que despiertan otros elementos del mundillo del libro. Internet jamás, ni con los adelantos más maravillosos e inimaginables, podrá reemplazar a las bibliotecas y librerías. El placer de encontrar títulos inesperados, a veces desconocidos pero atrayentes, de sentir olor a libro, ir caminando por la calle y ser cautivada por una vitrina, poder elegir entre librerías de viejo y otras nuevas y muy cool para ver qué títulos ofrecen, qué cosas nuevas les han llegado, son motivos para aborrecer la idea de que algún día el objeto-libro podría morir.
A pesar de todo esto, seguramente muchos seguirán defendiendo, quizás no la desaparición del libro, pero sí el auge de la digitalización, porque ante los precios inalcanzables de los libros, parece ser la mejor opción. Pero el tema del precio de los libros no es sólo un problema que viene del alto impuesto que se cobra. Verlo sólo como una injusticia monetaria es tapar el sol con un dedo. Aunque es cierto que los libros son caros, los que queremos encontrar libros baratos, los encontramos. Ediciones económicas que se venden en cualquier librería, libros usados, picadas varias que hay por todo Santiago, bibliotecas y otras opciones, deberían tener mucho más público si el problema estuviera sólo en la plata. En Chile se lee poco, ese es el problema. En Chile no se valora el contenido, las historias, menos el libro como objeto.
Internet es una gran ventana, una herramienta que sin duda es de mucha ayuda, pero no convirtamos a los libros virtuales en una solución, porque sería sólo un parche. Que se baje el impuesto al libro, pero que también se piense en un cambio educacional y cultural de fondo.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

La historia de mi vida

"(...) Te doy el punto final. Es un punto muy valioso, no lo pierdas. Consérvalo, para usarlo en el momento oportuno. Es lo mejor que puedo darte y lo hago porque me mereces confianza. Espero que no me defraudes. Durante mucho tiempo, tuve el punto final en mi bolsillo. Mezclado con las monedas, las briznas de tabaco y los fósforos, se ensuciaba un poco; además, eramos tan felices que pensé que nunca habría de usarlo. Entonces compré un estuche seguro y ahí lo guardé. Los días transcurrían venturosos, al abrigo de la desilusión y del tedio.
(...)
Con la felicidad, olvidé el estuche, o lo perdí, inadvertidamente. No puedo saberlo. Ahora la dicha terminó, no encuentro el punto final por ningún lado. Esto crea conflictos y rencores suplementarios.
(...)
Ese punto huidizo nos liga, nos ata, nos llena de rencor y de fastidio, va devorando uno a uno los días anteriores, los que fueron hermosos. Sólo espero que en algún momento aparezca, por azar, extraviado en un bolsillo, confundido con otros objetos. Entonces será un gordo, enlutado, sucio y polvoriento punto final, a destiempo, como el que colocan los escritores noveles."


"El punto final"
Cristina Peri Rossi

domingo, 2 de diciembre de 2007

Lecturas veraniegas

Me queda un solo trabajo que hacer para la U. Un trabajo que es para el jueves, lo que me permite declararme de vacaciones durante este fin de semana. No sólo por el simple hecho de que me gusta leer, sino en especial por estar ahogada de leer cosas obligada, que desde hace por lo menos dos meses que me muerdo los labios y siento que algo me explotará en la garganta cuando miro mis libros, de puro que muero de ganas de leer algo que yo elija, y de poder decir alguna vez que he leído todos los libros que sobrepueblan mi pieza.

Y ahora, que al fin tengo toda la libertad de tomar cualquier libro y sentarme a leer con absoluto relajo, la desesperación de elegir uno es mayor que la de querer leer bajo libre elección. Este año, en febrero, fui a Mendoza y me traje varios ejemplares que me hacen babear. Muchos. A esos sumémosle los que he venido comprando compulsivamente desde hace unos dos años (siempre me compro libros, pero antes con mayor planificación y recato), y los muchos libros que me regaló una tía (amiga de mi papá, así que es tía de costumbre y cariño, no de sangre), que se cambió de una casa a un departamento chico, viéndose en la obligación de reducir su biblioteca. Toda esta ola de adquisición lectora significa que tengo muchos más libros de los que podría leer en un par de veranos, así que estoy obligada a elegir, cuando lo único que quiero es leerlos TODOS y AHORA.

Lo que pasa es que La Divina Comedia no es el único libro perfecto. Quizás es el único que lo es siempre, pero hay muchos otros que pueden serlo en el momento y lugar indicados. Hasta Mala onda fue perfecto en su momento. Y tengo tantas ganas de envolverme en libros buenos hasta el hartazgo (y escaparme un poco del mundo), que pretendo hacer las mejores elecciones literarias posibles.

Cuando paso mis ojos por las repisas que abundan en mi pieza y veo libros de autores que aún no he leído, muero por devorarlos. La idea de conocer más autores, de encontrar por ahí uno que sea mejor que cualquier otro que haya leído, que se convierta en mi autor de culto, que me haga sentir que escribió pensando en mi, me entusiasma hasta las mariposas en la guata. Pero también quiero seguir leyendo a tantos otros que ya me gustan, para ver si me gustan más o menos, por el placer snob de leer mucho de un solo autor para creerse un poco el cuento de ser experta en..., o simplemente para llevar un orden quizás necesario entre tanto caos impreso.

Y no crean que lo ya leído está descartado. Qué ganas de leer ese libro o ese cuento que me estremeció, que disfruté tardes enteras durante las cuales me sacó completamente del mundo, y que he ido olvidando injustamente. Hay tanto libro que merece ser releído, subrayado, carreteado, que merece que algunos de sus pasajes queden íntegramente en mi memoria, que merecen ser citados en cartas (amo escribir cartas, como algunos ya sabrán), conversaciones, en lo que sea, porque son tan buenos, o tan míos, que pueden llegar a ser salvadoramente iluminadores. Para qué decir el potencial epigrafiero de estos libros, que es especialmente beneficioso en vacaciones, cuando AL FIN tengo tiempo y cabeza para ponerme a escribir.

No soy capaz de decidir si quiero leer una buena historia, simple, rápida, redonda, tipo Zambra (que fuma mucho), para sentarme en la sombrita de la terraza con algo helado para tomar, para acordarme de algo o alguien real, tan real como creo que es la historia que leo, y alegrarme silenciosamente de ese recuerdo o correr a llamar a esa persona, o mandarle un mensaje o un mail, como ya lo he hecho tantas veces (aunque a veces esos recuerdos no me alegran, y de todas formas terminan en un mail).

Pero puede ser que lo que quiera sea algo un poco más cabezón, y tratar de entender lo imposible: cómo puede haber gente tan seca, cómo sus cabezas llegaron a crear algo así, y dormirme feliz por lo increíble que es (y aquí me pongo mamona y fome) lo que tanto tanto tanto amo, (que vergüenza lo mamoma, que vergüenza lo mamona): la literatura (aún estoy a tiempo de borrar esto, bórralo Jesu, bórralo!!).

Y obvio que quiero saber si eso que tanto me recomendaron es tan bueno como dicen, y salir de la duda y la ignorancia de no haber leído ese libro, a ese autor del que siempre hablas tanto, y con un entusiasmo que me contagias y me pone tan alegre. Me enloquece la idea de al fin poder sentarnos a comer algo rico y comentar todo eso que quisiera pero no puedo porque no he leído, para ver cómo te vas entusiasmando cada vez más, cómo te pones a hablar más rápido y más fuerte y más tartamudo, y vas delatando lo que eres, al haberte fijado en esa parte más que en las otras, al haber recordado con exactitud esas líneas, justo esas.

Pero al final, elija el libro que elija, al menos sé que cualquiera será bueno para comentar comiendo algo rico, que cualquiera me hará tomar el teléfono, o el celular, o hará que me siente frente al computador para escribir un (otro) mail.


y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua

lunes, 17 de septiembre de 2007

Dame al menos la oportunidad de una destrucción deliciosa

Rasgarnos con uñas y dientes, permitirnos hacer lo indebido y gozarlo hasta que el pudor o el dolor lo impidieran (si es que nuestra libertad nos permitiera sentir pudor o no disfrutar el dolor), sería la única forma de demostrarte el odio que te tengo y el amor de mierda que me oprime al verte.
Si querías hacerme daño, por qué no mordiste mi médula, por qué no hiciste jirones de mi piel ni me penetraste violento, hasta hacer reventar mi interior que arde por la rabia de tu traición.
Por qué en lugar de hacerle daño a mi corazón y mi orgullo, no se lo hiciste a mi cuerpo, por qué no jugaste a Dolmancé ni mordiste mis pezones con fuerza. Quizás me hubiese dolido menos. Quizás me hubiese gustado. Como esa vez que me preguntaste si me dolía, si quería que pararas, y ni aunque hubiese estado agónica, desangrándome por el intestino, te hubiese permitido parar.
Y tú querías que te respondiera que me dolía, para entonces seguir con mayor fuerza, porque veía en el espejo que teníamos frente a nuestro dantesco espectáculo tu cara de placer cuando me retorcía y lanzaba quejidos.
¿Te duele? ¿Te duele?, me decías al oido, mordiendo mi oreja, con tus manos en mis caderas, enterrando las uñas en mi blanca carne, apretándome impetuoso contra ti. Me dolía. Hasta el orgasmo. No como tu traición, que me duele hasta el llanto amargo bajo las sábanas.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Un punto de fuga


Foucault puede ser un filósofo exepcional, o un paranoico que se siente vigilado y que, para colmo, se proyecta en toda la sociedad. La Comunidad ecológica de Pirque puede ser un panóptico en sí mismo, una pequeña institución víctima de los abusos de poder, habitada por cuerpos dóciles, o un escape a la vigilancia y al abuso de poder de la sociedad, un punto de fuga al sistema carcelario.Si me baso en lo que dicen los medios, interpretándolo según Foucault, la secta católica sería una ironía, un escape de la sociedad para caer en lo mismo o en algo peor: un líder carismático que maneja a los cuerpos dóciles, que se someten a los ejercicios rigurosos que les impone su disciplina, en un lugar clausurado, “heterogéneo a todos los demás y cerrado sobre sí mismo”, donde se general rangos, como el de Roberto Stack, el líder, y hay un control en las actividades, como rezar cada tres horas. Sería aburrido seguir enumerando características de la cuestionada secta que se prestan para un análisis desde Foucault.Pero también puede ser que no todo lo que diga la tele sea verdad (diossanto!), y que este grupo fuera víctima de un análisis un poco amarillista que, para colmo, calza perfecto con las ideas de un pobre hombre que creía que siempre lo vigilaban y manejaban. Es cierto, según nuestra educación y lo que dicen los expertos en sectas (que al fin están ganando plata después de que terminara el debate sobre Orias, el que mató al cura), estas personas no estarían teniendo una respuesta correcta frente a la sociedad, y entonces, ¡juzguémoslos! ¡están locos y creen que son felices pero todos sabemos que no lo son! ¿Acaso no existe la posibilidad de que dos amantes se encuentren junto al muro de Berlín y escapen a la vigilancia? ¿No puede existir un punto negro en el panóptico foucaultiano en el que podamos resguardarnos del “Gran Hermano”?Roberto Stack dice no ser un líder opresor, los habitantes de la secta dicen estar ahí por voluntad propia, y para no basarme sólo en testimonios de personas tan cuestionadas cuyas palabras podrían pesar menos que mis pestañas, sus familiares que viven en sociedad dicen que pueden ir a visitarlos cuando quieran, y que cualquiera puede irse de la parcela de Pirque cuando le parezca.Este intento por alejarme de la visión que prácticamente imponen los medios, y de tratar de entender a los “incomprendidos”, tiene su origen en una experiencia personal, sí, bien personal, pero que creo que vale la pena contar. Quizás algunos recuerden aquella noticia del pobre niñito depresivo y enfermo mental que se tiró al río sin avisar, así que asustó a su familia y amigos al estar desaparecido durante 10 días, entre el 1 y el 10 de noviembre de 2005. Esto fue noticia porque sus parientes y quienes éramos sus amigos, comenzamos una fuerte campaña de búsqueda, empapelando Santiago con carteles con la foto de Santiago Errázuriz y la página http://www.buscandoachago.tk/ para que, quien tuviera alguna información, se contactara con nosotros. Resulta que Chago no era ese niño enfermo que, según La Segunda, escribía en sus nicks de MSN “No quiero vivir más” (su nick generalmente era “Santiago ago ago”, o simplemente "Chago"). Y tampoco creo que fuera un cuerpo dócil que sucumbió ante el suicidio, así como los de la secta de Pirque sucumbieron ante un aislamiento perjudicial (robo la comparación suicidio-aislamiento perjudicial a alguno de estos expertos en sectas, no recuerdo cual, que apareció en las noticias de Chilevisión hace unos días).Un tiempo después de la aparición del cuerpo de Chago, un periodista me entrevistó para hacer un perfil de mi amigo. El *** (“sin descalificaciones personales” [Carreño, Rubí]) me hizo un montón de preguntas insidiosas cuya finalidad era sacarme la frase “Sí, el Chago era todo lo que dicen, era un enfermo*”. Respecto a su talento y creatividad para hacer montajes fotográficos en photoshop, me pidió que me refiriera a las horas que él pasaba en el computador, “lejos de la vida en sociedad” y de las consecuencias que esto traía. Claro, alguien que toca guitarra y que pasa horas “lejos de la vida en sociedad”, ensayando, no es así de cuestionado sólo porque hacemos la asociación “pc-locodepresivoaislado”. Más insidioso se puso cuando yo, inocente o quizás tontamente, cometí el error de decir que Chago era fanático de Radiohead.¿Será que TODO significa que somos cuerpos dóciles, que lo que puede ser un punto de fuga no es más que un engaño que sólo nos lleva a un panóptico que se ve diferente pero que, al final, igual es un panóptico? ¿O puede ser que los integrantes de la secta sean sólo incomprendidos y sí sean felices, como ellos dicen, lejos de la opresión y la vigilancia de la sociedad, y que Chago fuera víctima de una incomprensión de los medios que lo juzgaron como un pobre cuerpo dócil? ¿Alguien que escucha a Radiohead es un depresivo y potencial suicida, o podría haber encontrado un punto de fuga?El Hail to the thief (qué significativo nombre) de Radiohead, lanzado el 2003, es un disco que, además de ser el esperado retorno a las guitarras del grupo, después de los más bien experimentales Kid A (2000) y el Amnesiac (2001), es conciente de la sociedad y sus abusos (ya vieron la carátula?), y que escapa mediante sí mismo, haciendo música, como otros se matan, y otros se aislan. A simple vista este disco puede parecer muy pesimista , un lamento ante la imposibilidad de escapar de la opresión y la vigilancia:It's the devil's way nowThere is no way outYou can scream & youcan shoutIt is too late now
"All hail to the thief"
"But I am not!"
"Don't question my authority
or put me in the dock"(de la canción “
2+2=5”... ¿Orwel?)Pero la conciencia ante el problema y la capacidad de gritar (y de cantar, de escuchar música, de abstraerse), es un escape. Quizás son más valorados en la sociedad otro tipo de escapes, quizás podamos juzgar que el aislamiento (I will / lay me down / in a bunker / underground – de la canción "I will") o el suicidio implican un desequilibrio mental, pero desequilibrados o no, al menos ellos creen que son libres y felices... ¿y qué importa que los demás no lo crean? Personalmente, creo que hay que estar un poco loco para irse a una secta, y jamás lo haría. Tampoco me mataría. Pero qué bueno por los que, a su manera, son capaces de encontrar un rincón en el cual pueden estar a salvo del sistema carcelario y de esa sociedad que describe el Hail to the thief.

*Chago tenía depresión, una enfermedad, por lo tanto, era estríctamente un enfermo. Pero ni los medios ni ese periodista decían "enfermo" en el sentido clínico, sino en un sentido peyorativo.



[Esta entrada fue publicada el semestre pasado en un blog del curso Teoría literaria II, en el que teníamos que publicar entradas que trataran, aunque fuera tangencialmente, algún tema del curso, siempre en el marco de un tema elegido para cada blog. El mío era de música, y para esta entrada específicamente debimos además hablar sobre la comunidad de Pirque. ]

viernes, 27 de julio de 2007

La felicidáh ah ah ah ah

Hace ya un tiempo una conocida que tenía depresión y a la que le habían prohibido casi todas las actividades imaginables porque “no se encontraba en condiciones de hacerlas”, decidió dedicar su tiempo a la lectura. Al contarle a su psicólogo los libros que estaba leyendo, él le “sugirió” que los dejara. Desesperada y aburrida, me pidió que le diera un listado le libros alegres, apropiados para su estado.

Apenas me lo dijo, pensé que sería fácil, que sólo tendría que echar una mirada a mis libros y recurrir a mi memoria. No fue así. Hasta hoy, que ha pasado casi un año, sigo sin encontrar ni un solo libro para recomendarle.

La definición más típica y obvia de lo que es un “clásico”, una obra de la “literatura universal”, es que toma temas trascendentes para el hombre, que sobreviven al pasar del tiempo. Según esto es fácil entender por qué tantas obras están llenas de tristeza, dudas existenciales, frustración, y un largo etcétera. Pero así como hay sufrimientos del hombre que nos son comunes a todos, independiente de tiempo y espacio, la felicidad también lo es, ¿o no?.

No es la felicidad, es el deseo de felicidad”, me dijo el Mati. Al escucharlo, hasta me sentí un poco tonta de no haberlo pensado antes, pero no fue necesario darle muchas vueltas para que muchos peros se me vinieran a la cabeza. ¿Acaso lo que es inherente al hombre es no ser feliz, querer serlo y no poder? Por suerte, soy una persona que se ha sentido feliz en muchos momentos de su vida. Ahí mismo, cuando hablaba con el Mati, pensé en varios momentos en los que pensé “soy feliz”, así de determinada y concisa, sólo estando con él. Si pensara en otros momentos de mi vida, en otras circunstancias, esa sensación de felicidad se multiplicaría por otras mil veces más.

Entonces me acordé de cuando era más chica, y más depresiva también. Por esos días yo pensaba que la felicidad no era tal si no era absoluta, lo que me llevaba a creer que la felicidad no existe. Es imposible que cuando algo va bien y uno se siente feliz por eso, todos los otros aspectos de la vida vayan igual de bien. Más aún en esa época en la que los conflictos internos, con mi familia y con un entorno que cada vez se diferenciaba más de mí (o yo de él) eran cosa de todos los días (y horas y minutos y segundos). Pero de repente, entre tanta hostilidad, me di cuenta que tomar helado me hacía genuinamente feliz. Y no era lo único. Cantar y bailar con desenfreno una canción que me desquicia y que aparece sorpresivamente en la radio en la maravillosa privacidad de mi pieza, tomar coca cola bien helada cuando ya no se puede más de la sed y el antojo, tener ataques de risa, comer algo rico, una buena conversación con un gran amigo, besos cariños y mariposas en la guata y muchas otras cosas más me hacían feliz, y aún pienso (y siento) así.

Pero ahora tengo la duda de qué tan optimista es esa idea de felicidad. A primera vista claro que lo es, más aún al comprarla con mi idea anterior, pero ¿es realmente optimista entregarse a felicidades tan pasajeras, que hasta pueden acentuar la idea de que la felicidad plena es una utopía? Tan intrascendente es mi idea de felicidad, que ni aparece en los libros. Ni siquiera El libro de los amores ridículos, de Kundera, un libro que a todas luces parece derrochar felicidad, que según las mismas palabras del autor fue escrito en el momento más feliz de su vida, no me parece tan feliz después de todo. Por lo menos, es un libro que no recomendaría a la persona que me pidió la lista, porque sería sumamente fácil para su deprimida cabeza encontrar tristeza y desesperación en los relatos. Cosa que no pasa al revés. Encontrar alegría en un libro triste es algo simplemente imposible.

Tratando de aportar un granito de arena para remediar la situación, intenté escribir algo alegre. Fracaso rotundo. Los relatos que son más alegres, inmediatamente se me hacen más mediocres. Y no es que yo sea muy depresiva para escribir (al menos no ahora) ni que mis intentos de japi end sean objetivamente más malos que el resto de mis cuentos. Quizás, así como el alemán se presta más para la filosofía, el amarillo clarito para las guaguas, los nombres gringos para el vulgo y el óleo para la mímesis, la literatura sea más apropiada para las penurias y asfixias del hombre (cosa que digo sin el menor acercamiento a lo que es la certeza).
Señor lector: Pido su colaboración, su opinión ya sea si está de acuerdo o en desacuerdo (¡en especial en desacuerdo!) y ruego encarecidamente que, si conoce algún libro feliz, me lo haga saber.

martes, 1 de mayo de 2007

Oda a la lengua

En la pieza, con la puerta cerrada pero sin pestillo porque no nos dejan, intentando no hacer ruido porque qué pasaría si nos escucharan, ahogando la risa nerviosa y la de las cosquillas, los dos bajo las sábanas, oscuro, sin aire, primero los besos en labios y cuello, como siempre, como todos, y su lengua que goza y ella que la siente, tibia, húmeda, inquieta, carnosa, por los hombros, alborotadora, no podemos hacer ruido, nadie puede venir, así que sólo la lengua, deliciosa bajo la polera, degustando y absorbiendo piel, piel blanca, piel rosácea, redondeces, y zonas palpitantes.
Lamiola, lamiola entera, hasta el útero ida y vuelta, callados, siempre. Marcas rojimoradas por todo el cuerpo, succiones varias, papilas gustativas excitadas y ella también, salivada, sensible en la piel toda, la lengua que la admira, que la alborota por todos lados, primero en los labios y después en el cuello, como siempre, como todos, después más abajo, un poco más abajo, ella escindida, roja, y la lengua en medio, lengua que sube y baja, lengua carnosa que entra y sale, que saborea y se entibia en viscosidades. Hasta el útero, la lengua.

sábado, 28 de abril de 2007

Staccato

Estaba muy nerviosa. El teatro estaba lleno y era mi primer concierto. Las luces se encendieron, los murmullos del público cesaron y yo estaba paralizada en medio del escenario, mirando mi violín.
Respiré hondo y traté de dejar de lado la timidez. Eran diez composiciones de Bernard Hermann y sería yo quien las ejecutaría. No podía dejar pasar esa oportunidad por un repentino ataque de pánico.
Tomé postura y me lancé. El primer acorde entró por mis oídos y me relajé completamente, dejándome llevar por la melodía. Cada nota jugaba por los aires, danzando en mis oídos y en mi mente. Esas notas disonantes, estridentes y tan reales.
Mis manos corrían por las cuerdas en un pizzicato inigualable, cerré mis ojos y todo se tiñó de un amargo color violeta, y podía oler la leche caliente y escuchar gritos, muchos gritos.
Mi corazón latía staccato, los gritos, mi violín tenía vida propia y cada acorde era una aguja, más gritos, y podía oler la leche caliente. Esa infancia, el cielo violeta del atardecer y ese olor, tantos recuerdos, mi mamá que siempre me daba leche caliente.
Me aferré al violín, lo sentía junto a mi y estábamos los dos en otro mundo, en un mundo propio, hablando el mismo idioma, sintiendo las mismas agujas y era todo color violeta.
***

La niña se quitó el antifaz y lo colgó en la pared junto a los otros.
Todo había empezado cuando le regalaron uno para su cumpleaños y se puso a pintarlo y pegarle mostacillas de colores. Le quedó horrible, pero su vida era tan monótona que decidió ponerse a decorar antifaces.
Nunca podía salir de su casa y a veces ni de su pieza, y si lo hacía, los gritos de sus padres le llegaban como flechas, como punzantes agujas, así que prefería obedecerlos siempre y vivir en la monotonía de su habitación.
Con los antifaces, la niña encontró un pasatiempo y una vía de escape. Cada vez que se ponía uno sentía que ya no era ella y que podía viajar a cualquier lugar, dejar esa vida y ser libre, convertirse en quien quisiera. Podía ser una María Callas, una Anna Pavlova o una Vanessa Mae.
Ya no sabía cuantos antifaces había hecho. No tenía la paciencia de contar todos los que estaban colgados en las paredes de su pieza. Tenía de todos los colores y formas, hechos con distintos materiales y técnicas. El que más le gustaba era uno color violeta, de forma alargada y terminada en finas puntas. Cuando lo usaba, sentía que estaba en otro mundo, en un mundo propio.
***

Su madre entró en la habitación llevando la bandeja con la once. Intentó abrirse paso entre el terrible desorden, corriendo con el pie las hojas de diario que estaban tiradas por todo el suelo y que empapelaban la pared.
Toda la pieza se inundó con el aroma de la leche caliente. Dejó la bandeja sobre la mesita y acarició la cabeza de la niña que parecía no notar su presencia, muy concentrada haciendo movimientos con los brazos y con ese pedazo de diario que siempre tenía sobre su cara amarrado con un elástico.

Este cuento lo escribí hace años ya, y es mi favorito de los que conservo de entre primero y tercero medio más o menos. Ahora podría mejorarlo mucho, la historia me sigue encantando y aaaalgo he mejorado en este tiempo como para poder reescribirlo, pero le tengo un cariño que me impide cambiarlo. Como que es muy de esa época, me leo muy.... mmmm... niña. En fin...
POSTEA, SE QUE LEISTE, POSTEAAAA.

sábado, 14 de abril de 2007

Los sentimientos y observaciones del hombre solitario son al mismo tiempo más confusos y más intensos que los de las gentes sociables; sus pensamientos son más graves, más extraños y siempre tienen un matiz de tristeza. Imágenes y sensaciones que se esfumarían fácilmente con una mirada, con una risa, un cambio de opiniones, se aferran fuertemente en el ánimo del solitario, se ahondan en el silencio y se convierten en acontecimientos, aventuras, sentimientos importantes. La soledad engendra lo original, lo atrevido, y lo extraordinariamente bello; la poesía. Pero engendra también lo desagradable, lo inoportuno, absurdo e inadecuado.
La muerte en Venecia
Thomas Mann

lunes, 26 de febrero de 2007

De Universitatis

Escribo desde mi computador, en Santiago, después de una agradable semana en Mendoza, durante la cual tuve la oportunidad de tener entretenidas, interesantes y fructíferas conversaciones con mis amigas Maureen y Trini. Una de esas conversaciones trató sobre la literatura, más bien sobre "el medio" y nuestra carrera, siendo la gran conclusión que algo hay que hacer, que no podemos quedarnos de brazos cruzados.
No es una tarea fácil, de eso no hay duda, pero por algo hay que empezar y, si tengo un blog, por qué no escribir aquí mis ideas y sueños. Cada vez voy descubriendo más problemas y obstáculos en el mundo en el que decidí vivir (¿habrá sido una decisión, o nací para esto y no tuve más opción?), y en lugar de frustrarme, lo mejor que puedo hacer es intentar o al menos proponer un cambio en este “Mundo Literario”, por llamarlo de alguna forma.
El problema que más de cerca me llega en estos momentos es el de la malla de mi universidad, que me atrevo a extenderlo a todas las universidades, porque no es un problema que surja de un Juanito Perez al que se ocurrió poner este ramo y no este otro, sino que las mallas reflejan el mundo para el que nos están preparando, y ese mundo es el mismo para todos los que salimos de la carrera, seamos de la Católica o de otras universidades. Así, el problema de los ramos resulta ser algo mucho mayor, que se relaciona con nuestro rol, con lo que debemos entregarle a la sociedad y con lo que esta misma quiere recibir.
La formación en literatura debería ser mucho más amplia y a la vez más específica, es decir, deberíamos tener una formación que nos permita mirar la literatura desde diversos campos, ya que, como bien lo dijo mi amiga Maureen, casi con las mismas palabras que yo lo hubiese dicho, la literatura es el arte que reúne a todas las artes, y es fundamental que tengamos la capacidad de estudiar, comprender y analizar las relaciones y colaboraciones que existen entre la literatura y tantas otras áreas. De ese estudio interdisciplinario viene la necesidad de una formación más amplia, y de ahí mismo surge la idea de la especificidad, tan poco valorada en mi universidad.
Está bien, todos sabemos lo seco que es Clemens, pero por favor, denle trabajo a alguien más aparte del pelao. Nunca he estado de acuerdo con eso de las “vacas sagradas”, y lamentablemente parece ser que así funciona mi facultad. Lo único que le falta a Clemens por hacer es el aseo, porque está a cargo de todo lo imaginable, mientras que otras personas muy capaces y preparadas se pierden y no se aprovecha su excelente preparación en temas específicos. Pongo como ejemplo a un profesor que ni siquiera me ha hecho clases, Danilo Santos, pero que todos sabemos que es experto en el tema de literatura y ciudad. Tener su preparación debería ser requisito suficiente para ser tan valorado como lo son otros, aunque lo suyo sea sólo un tema. De hecho, en la literatura eso es importantísimo, ya que sin especificación no podemos alcanzar tanta profundidad en nuestros trabajos, y la literatura es tan amplia que no concibo la idea de quedarme sólo con una formación general, que nunca podría ser más que una pincelada por diversos temas ya que nadie tiene tiempo ni cabeza para desarrollarse plenamente en tantos temas, épocas, estilos, etc., etc., etc.
Es cierto que las tendencias actuales proponen una mayor especificación en los programas de postgrado, idea con la que estoy plenamente de acuerdo, pero de todas formas creo necesaria una pequeña formación en algún tema en el que podamos alcanzar mayor profundidad y capacidad de análisis. Lo ideal sería un cambio en la malla que nos permita sacar certificados académicos en nuestra área, o algo parecido a los certificados, haciendo una buena planificación de los optativos de profundización. No me cabe duda de que hay profesores capaces de planificar un pequeño grupo de cursos dirigidos a un tema específico, como la ciudad en el caso de Danilo Santos o el erotismo en el caso de Ángel Rodríguez (que también domina tantos otros temas), y así se presentaría una oportunidad para los recién egresados, o incluso alumnos de cuarto, de hacer pequeños cursos que les servirían de experiencia, de la misma forma que se hacen los talleres de introducción a la literatura y a la lingüística.
También haría una modificación de los cursos obligatorios. Después de primer año, deberíamos tener la opción de tomar cursos de literatura o lingüística, en lugar de tener que tomar de las dos áreas. Dejaría como obligatorios sólo los más básicos para que se justifique que salgamos con las dos licenciaturas, pero creo que la formación en las dos áreas es demasiado superficial. Debería existir la posibilidad de elegir entre un tercer curso de literatura universal y otro de fonética, por ejemplo, ya que son dos ramos que vemos de forma muy general, pero que no podrían verse de forma más específica sin la oportunidad de elegir, porque no tendría sentido tener más fonética si esa no será mi área, como tampoco tiene sentido que los lingüistas tengan una mayor formación en universal.
Todo esto apunta, más que nada, a una profesionalización de la literatura. El campo laboral para el que nos están preparando me desilusiona un poco, y la única forma de cambiar ese campo es prepararnos para algo mejor, para algo que nosotros mismos podemos construir. Pero este no es un problema que se solucione sólo con un cambio de malla, sino que es fundamental un cambio de actitud. La inercia no nos lleva a ningún lado, menos en una carrera como la nuestra en que es tan necesario ser “movido”. Debemos crear instancias de participación, de diálogo y discusión, y darles el valor que merecen.
En una entrada anterior ya hablé de la poca concurrencia al coloquio de Diamela Eltit que se hizo en mi Universidad. Eso pasa obviamente por el desinterés de mis compañeros, pero también por una falta de planificación y de unión “del medio”. Los horarios pudieron ser otros, más cómodos para estudiantes y profesores, y se pudo invitar a otras universidades, o por lo menos a la Chile. Hace falta diálogo, unión, darle mayor importancia a estas instancias. Si tuviéramos conciencia de lo que se puede lograr, si nos interesáramos por lo que otros pueden mostrar y existiera una mayor colaboración, seríamos un sector mucho más valorado, podríamos llegar mucho más lejos de lo que ahora podemos. La literatura no es masiva, está claro, pero sí tiene un rol y un mensaje que debería llegar a mucha más gente y es un poco frustrante que no seamos capaces de salir del pequeño círculo en el que estamos estancados.
Con respecto al diálogo y la colaboración, creo que los talleres literarios son una excelente instancia. Yo ya he participado en dos, y hubiese sido muy bueno poder interactuar con otros talleres, leer a otras personas para saber en qué parada está el resto de mi generación, y hasta encontrar gente con la que comparta ideas y proyectos. Es difícil lograr las cosas solos, y también es difícil conocer gente con los mismos intereses si no hay donde ni cuando. Los talleristas deberían estar más conectados, se podrían organizar de vez en cuando lecturas un poco más masivas, y con lo útil que puede resultar internet, con mayor razón deberíamos fomentar el diálogo. También sería excelente que todos los talleres (o los más importantes) sacaran juntos algunas publicaciones que se distribuyan principalmente en las universidades, en los mismos talleres, y en las editoriales. Así se fomentaría el diálogo, la interacción, y nunca estaría de más que las editoriales tuvieran un registro, para que cuando reciban textos, puedan acceder a una especie de historial de cada persona y tengan acceso a otros textos de la misma persona.
Y así, son muchas las ideas que pueden surgir, pero todo apunta a no quedarse quieto, a no conformarse con lo tenemos e intentar hacer cambios. Una de las cosas que más me gusta de mi carrera es justamente su defecto: que hay tanto por hacer, son tantas las cosas que faltan y los errores que se cometen, y cada vez me siento más responsable, con más herramientas para lograr cambios importantes. El punto es que si cada uno va por su lado, pocas cosas se lograrán. Todo depende de “nosotros”, nosotros como generación, como el gran grupo que somos, aunque sea difícil vernos como una unidad. Sólo falta encontrarse, soñar y planificar.


Hey, tú, que sé que leiste... posteeea, posteeeeea

lunes, 5 de febrero de 2007

La delgada línea roja

Cuando éramos chicas con la Leo, me acuerdo que ella siempre subrayaba la palabra en la que quedaba al leer los libros del colegio, en lugar de usar un marcador. Ese sistema era mejor, porque así sabía exactamente hasta dónde había leído y no sólo la página hasta la que había llegado. Eso decía ella. Para mi, un marcador era la única opción. Rayar un libro me parecía derechamente un ultraje, un pecado.
Hoy, mi visión es completamente diferente. Aunque sigo sin aprobar aquella práctica de mi querida amiga, al menos mi criterio para estar en desacuerdo es otro. Me encantan los marcadores, no sé por qué no los colecciono siendo que son un objeto que, para mí, bordea el fetichismo. Además, meterle lápiz a un libro cuando no es necesario, no me parece. Pero hay muchas ocasiones en que sí lo es. Antes, creía que subrayar un libro de por sí era pecado, algo que no podía entender, que arruinaba cualquier ejemplar.
Quizás en gran parte gracias a que en la universidad me he acostumbrado a subrayar miles de fotocopias para estudiarlas, le perdí el miedo a las líneas esas. Ya no concibo tener una fotocopia frente a mis ojos sin tener en mi mano ese lápiz tinta rojo que encontré en mi casa hace años, que no sé cómo aún escribe, y que es mi regalón porque ningún otro tiene ese grosor y ese particular y especialmente bello color rojo.
Esa costumbre estudiantil se desplazó a la literatura, a las lecturas de placer (aunque muchos textos de estudio son un placer, claro está). Aunque, aclaro, no subrayo los libros con lápiz rojo. Lo hago con lápiz negro o azul, aunque principalmente con lápiz mina, aun sabiendo que no borraré jamás lo destacado, pero quizás para quedarme un poco más tranquila, con la seguridad de que lo que hice no es irreversible (no es tan fácil cambiar una idea tan arraigada como la de mantener los libros pulcros, lejanos a toda intervención).
Inmediatamente aparece en mi cabeza otra anécdota. Mi mojigata familia conoce a muchos curas, amigos de toda la vida, y alguno de ellos, ya no recuerdo cuál, contó que una vez le regaló una biblia a unos recién casados. Años después fue a la casa de ese matrimonio, y ellos, orgullosos, le mostraron al cura la misma biblia intacta. “Mire padre, la tenemos igualita a como estaba cuando nos la regaló, para que vea cómo la hemos cuidado”. El cura nos contó la gran decepción que eso le produjo, porque hubiese preferido por lejos que la biblia se estuviera desarmando de tanto que la abrieron, que ya no tuviera más espacio en los márgenes para anotaciones, que hasta tuviera manchas de comida, de café, por haberla consultado tantas veces, incluso al comer.
Y qué razón tenía el cura ese. Porque, a diferencia de lo que antes pensaba, los libros no son obras creadas sólo por otros, sino que cada uno es parte de su creación, porque al leer un libro, al mezclarlo con lo que somos, al interiorizarlo, disfrutarlo, vivirlo, se crea una segunda obra, y es ahí donde entra el subrayado. Es posible apropiarse de un libro escrito por otro, y la mejor forma de hacerlo, es perpetuando aquellos episodios que conforman nuestro libro personal.
Lamento profundamente no haber adquirido este hábito antes, para haber subrayado tantas cosas que lo valían. Cómo quisiera consultar con exactitud aquellos pasajes de Rayuela que movieron algo en mí con mayor fuerza (aunque, generalmente, con abrir el libro en cualquier página basta). También lamento no haber subrayado Los detectives salvajes (más ahora que se lo prestaré a la Pep, cosa que no suelo hacer, así que no se entusiasmen), Madame Bovary (aunque aquellas partes memorables aún las recuerdo y podría encontrarlas gracias a mi memoria, pero la memoria es frágil, eso todos los sabemos), La Velocidad de las cosas (aunque las circunstancias son diferentes, porque de cierta forma no me pertenece, y siempre he pretendido devolverlo), y tantos, tantos, tantos otros libros.
Me enloquece la idea de tener una gran biblioteca, a punto de estallar de tanto libro que tendría, ordenada con un criterio caótico y muy personal para ser la única persona capaz de encontrar los libros, muy al estilo de El nombre de la rosa. Pero esa biblioteca no estaría completa sin aquellas líneas que personalizan cada libro.
Pensando en el libro como mucho más que su contenido, en el objeto, en el fetiche, en el valor sentimental de la posesión más que de su lectura, el subrayado hace que un libro sea invaluable. Lo convierte en un ejemplar único, en una primera edición prácticamente inencontrable.
Déjame leer tus subrayados y te diré quién eres, puede convertirse en uno de los dichos con mayor sentido de la historia, junto a en casa de herrero, cuchillo de palo. Ese si que es cierto, qué le vamos a hacer. Imposible no recurrir a otra pequeña historia, cuya protagonista es una amiga de mi papá de toda la vida -desde antes de su aburguesamiento, claro-, gran amante de la literatura, una de esas personas que es bueno conocer. Resulta que para mi cumpleaños número 18, mi tía me regaló dos libros de su biblioteca personal. Uno de ellos estaba dedicado dos veces, una para mí, y la otra era, por supuesto, era una dedicatoria para ella, escrita hace varios años. Aunque no es lo mismo que un subrayado, aquella intervención en la impecable página es el vestigio de una historia que hace a ese libro diferente a todos. A esta misma persona le pedí La divina comedia, y grande fue mi impresión al ver que en el Tercer Recinto del Séptimo Círculo del Infierno, mi tía escribió “¡ suicidas !”. Resulta que hace años, muchos años, un gran amigo suyo y de mi papá se mató. Si el libro hubiese sido mío, hubiese escrito lo mismo. Y así, poco a poco, he ido valorando esto del subrayado. Tanto, que los libros que no reciben mi intervención, pierden gran valor. Los hermanos Karamazov, libro que me ha consumido este verano, sin duda quedará en mi memoria como una gran obra, como una historia apasionante y perturbadora que me recuerda lo genio que es este Dostoievsky, pero el haber subrayado tan poquitas líneas, más aún considerando el grotesco grosor del libro, lo aleja un poco de mí, hace que quede en el grupo de excelentes libros de excelentes autores, pero no está ni cerca de quedar entre esos libros que se pueden (o se necesitan) consultar una y otra vez, ya sea como guía o por simple deleite. Es difícil de explicar, porque Los hermanos Karamazov tendrá sin duda un lugar privilegiado en mi biblioteca mental, pero no lo imagino gastado, carreteado, como ese cura quiso que estuviera la biblia que regaló. Y lo que pasa es que hay un criterio a la hora de repensar los libros que está lejos de todo lo que pueda aprender en la Universidad, lejos de toda la maestría que pueden alcanzar los genios, y me encanta haberlo encontrado y haberlo convertido en un hábito. Lo recomiendo, porque además, adoraría pedir un libro prestado y ver que está subrayado. Para qué decir que, si alguna vez publico un libro, moriría de un infarto si me encuentro con un ejemplar tan significativa y sentimentalmente intervenido.

martes, 9 de enero de 2007

Paperback writer

Hace unas semanas, pocos días después de salir de vacaciones, me dediqué a ordenar profundamente mi pieza. Leí cada papel que tenía (y tengo muchos), incluyendo diarios de vida, cuadernos viejos, agendas y cartas. Ordené todas mis carpetas (y tengo muchas), donde guardo ñoñeces y cosas interesantes cuyos orígenes son el colegio, diarios, revistas, pasquines y un cuanto hay de publicaciones. Para qué hablar de cachureos de variadas índoles, pequeños recuerdos, cosas encontradas por ahí, dibujos, recortes, y un prominente etcétera.
Muchísimas son las cosas que merecen un espacio en mi blog, pero hoy sólo hablaré de mis cuentos, muchos sin terminar, y relatos en general que encontré por montones. En primer lugar rescato mi primer y, hasta ahora, único libro. Sí, escribí un libro. Tenía nueve años y creí que un libro era la mejor manera de inaugurar el lindo cuaderno de Mickey que me había regalado mi hermano Andrés para Navidad.
Al encontrar el cuaderno y recordar que en él estaba mi libro, pensé que al abrirlo me reiría al encontrar un relato cortísimo, pero no fue así. Bueno, largo no es, no supera las 25 hojas de un cuaderno mediano escritas con una letra muy grande y redonda. Pero era más de lo que esperaba, y para qué decir que en esa época, escribir tal cantidad de páginas era tanto pero tanto más de lo que es hoy.
Ahora ya no tengo esa perseverancia. Por un lado, porque me acostumbré a los cuentos más cortos, costumbre que adquirí por libre elección cuando estaba en segundo medio. Pero por otro, porque no tengo el mismo entusiasmo, porque antes de empezar algo más largo creo que no lo terminaré así que para qué empezar. Que horrible declaración.
Leer tantas cosas que escribí de niña me alegró y hasta emocionó un poco, pero de alguna forma significó también una decepción. Escribí mucho más de lo que recordaba, y aunque la mayoría de los cuentos no los terminé, tenía plena conciencia de que escribir mucho me serviría para aprender, para ir corrigiendo errores, y escribía, escribía, escribía y claro que me sirvió, en poco tiempo progresé mucho, y debo decir que hasta me impresioné de lo bien que llegué a escribir a tan corta edad. El progreso que hay desde ese libro con el que empieza mi cuaderno, hasta el cuento inconcluso con el que termina (aunque muchas hojas quedaron en Blanco) es lejos el mayor progreso por el que han pasado mis humildes escritos.
Lamento no haber seguido escribiendo así. Mi época de oro fue entre los 8 o 9 años hasta los 11, más o menos. Después vino un periodo de creaciones muuuy esporádicas (aunque escribir nunca dejó de gustarme) hasta que cuando tenía unos 15 años, la perseverancia de antaño daba señales de resurrección. Si hubiese seguido escribiendo tan afanosamente durante esos 4 años de aridez, sin duda hoy escribiría mejor. Y me desalienta un poco pensar que cuando niña era bastante más talentosa que hoy (proporcionalmente, claro está). Más me desalienta que estoy entrando nuevamente a un periodo como el que viví entre los 11 y los 15. Con la universidad dediqué menos tiempo a la escritura, a lo que hay que sumar una desmotivación de la que ya hablé en una entrada anterior. La situación tomó proporciones inimaginables durante el segundo semestre, durante el cual no escribí más que un par de páginas. Al menos, tengo plena conciencia de la situación y tengo todo el ánimo de revertirla, más todavía estando en vacaciones. Quiero irme a mi parcela unos días para tener mucho tiempo y concentración para escribir todas esas cosas que están colapsando mi cabeza y que necesitan salir catárticamente.
Yendo un poco más allá del mismo hecho de escribir, me llamó mucho la atención lo que escribía. Recuerdo que en ese entonces no pretendía ser autobiográfica, y ahora veo claramente miles de cosas que eran reflejo de lo que vivía. Me pregunto si en unos años veré en mis actuales cuentos, que supuestamente son 98% ficción y 2% experiencias personales, más de mí de lo que creo que hay en ellos.
Es increíble ver gracias a mis cuentos cómo percibía el mundo, qué cosas me interesaban. Quedé genuinamente impactada al leer un cuento lamentablemente inconcluso en el que un amigo de la protagonista tenía miedo del mundo exterior a sí mismo y era juzgado por todos, menos por su amiga (obvio), como un loco. Las conversaciones de los amigos, los pensamientos de este “loco” y su interesantísima personalidad me impresionaron de una forma inexplicable. Es raro que olvidara que había escrito eso.
De tanto leer lo que escribí hace años, recordé mucho lo que pensaba, lo que quería, mis sueños y proyectos. Al menos, para apalear esa decepción de “podría ser mejor si hubiese escrito más”, puedo mirar para atrás y paradójicamente sentir que no perdí el tiempo, que me dediqué a las cosas correctas, que estoy en el mejor lugar posible y que aun queda tanto por delante, muchísimo más del tiempo que ha pasado, y eso me da esperanzas y la posibilidad de soñar más que cuando era una niña. Quizás quería que muchas cosas fueran diferentes a lo que vivo hoy, pero esos eran sueños, y nunca fui muy aterrizada para soñar. Pero al pensar en las cosas concretas que quería para mí, me doy cuenta de lo bien que he elegido y de que esa niña estaría contenta con la Jesu de hoy. La literatura es algo que me apasiona y me quita el sueño desde hace años, incluso de antes de aprender a leer y escribir. Obviamente que no tenía las mismas concepciones y proyectos que hoy sobre la literatura, sino que la vivía como la niña que era. Y me doy cuenta que eso es la vocación. Muchas veces me he cuestionado por qué literatura, y le doy vueltas, y reflexiono, y llego a grandes conclusiones, cada vez más “profundas” y fundadas en todo lo que he aprendido. Pero al final, lo más profundo de todo es ese deseo inexplicable, lejano a todas las ideas racionales respecto a la vocación y la literatura, esas ganas de una niña de ser “escritora”, así, sin saber nada más de libros ni autores ni escuelas ni influencia alguna. Finalmente, el motor de todo es un impulso inexplicable, el mismo impulso que me hacía crear historias antes de saber escribir, con el que llenaba páginas y páginas de diferentes cuadernos cuando era una niña, que me hizo decidirme por literatura sin siquiera sentarme a pensarlo, y que hoy me tiene contenta al sentirlo aún en mí, inmutable a pesar del paso del tiempo y de todos los cambios que ha habido en mi vida.
Eso del 98% y el 2% es una grandísima exageración. La verdad, todo lo que sea exagerado, me encanta.

jueves, 19 de octubre de 2006

Decepción, le dicen algunos...

Quizás sea por lo que ya les contaba del viejazo, por la crisis emocional que me predijo Maureen por allá por marzo cuando leyó mi mano, por mi pésima alimentación basada en tentaciones bastante alejadas de eso de la dieta balanceada y el aporte vitamínico (obvio que soda está sonando ahora en mi cabeza) o quién sabe por qué. La cosa es que me canso rápido, mi animo deja mucho que desear y estoy bastante desmotivada con la universidad. Una lata, en verdad. Además, como en serio me gusta mucho mi carrera, no se por dónde atacar la desmotivación, mas que nada porque ni intuía de dónde surgía. Pero las cosas están un poquito más claras.
Quizás todo se explica por el ambiente en el que estoy, por mis anhelos, por tantas cosas que he ido descubriendo desde hace un tiempo con algunas compañeras en conversaciones deliciosamente fructíferas.
Y aunque me gustaría comenzar este párrafo con un "quizás", mejor ir al grano. Resulta que me gusta mi universidad, mi carrera y mis compañeros. Pero no me conformo. Sí señores, quiero más. La gente es simpática, la carrera entretenida, pero qué pasa más allá (no
más allá del taca, eso ya lo sabemos) qué pasa con las inquietudes que se escapan de la malla, con los talentos que sin duda hay, con el dialogo y la discución, mierda !!! Todos van a sus clases (con suerte), sacan sus fotocopias y se van, siendo las únicas excepciones los seguidores del dios Taca y algunos personajes recurrentes pero que, para qué estamos con cosas, no aportan en nada más que en hacer que la facultad no se vea vacía.
Un humilde (¿?) intento por hacer algo contra esta situación fue el lanzamiento de MI MI MI MI MI revista de literatura erótica, la querida Tabú (siii la hice yooooo jajaja que bacaaaan), sobre la cual ya viene una entrada. Pero falta taaanto, taaaaanto que hacer. Y lo peor es que quizas todos los esfuerzos sean inservibles, ya que todo pasa por una motivación personal. Hoy terminó el coloquio de Diamela Eltit, con una concurrencia vergonzosa en las tardes, cuando los alumnos no pasan accidentalmente por afuera y entran porque no hay nada mas que hacer, ni tienen clases que capear. Y, claro, la carrera no es creativa, y uno de sus enfoque es justamente ese, participar de esta farandulilla literaria que me tenia embelezada, debo decir. Cómo no se interesan por un evento así, con exelentes teóricos, críticos y escritores, si es este el futuro por el que muchos entraron (entramos). Y esto puede sonar terriblemente snob, pueden acusarme de pretender pertenecer a una elite intelectual (como alguna vez lo hizo Maori jajajajaja y eso si que es antiguo), pero me hacen falta los literatos que andan con libros bajo el brazo, con lentes, shuper locos en la wena onda, el humo del cigarro (campo abierto a diversas interpretaciones), toda esa onda bien intelectualoide y bohemia, y algo así como la realización en masa del Club de la Serpiente (oh, Rayueeela, Rayueeeela).
Y resulta que no es sólo que la gente no esté ni ahí, sino que yo misma me he alejado de todo eso. Desde que entré a la U escribo considerablemente menos, no tengo la inquietud de estar buscando recitales de poesia, mesas redondas ni charlas varias hasta debajo de las piedras y para qué decir que ya apenas leo cosas por mi cuenta. Y todo esto me tiene, realmente, desanimada.
No era esto lo que quería.
Una de las cosas que buscaba era desarrollar mis gustos y talentos y aunque he aprendido mucho, aunque he conocido grandes amigos, poco es lo que me he podido desdenvolver en ese sentido por falta de oportunidades y gente interesada.
Ahora que ya cuento con personas que sé que están en la misma, y que estoy en una campaña sin fines de lucro para Ordenar Mi Tiempo, a ver si logro hacer de mi vida algo un poco más parecido a lo que esperaba de ella. Porque yo no estoy donde estoy para decir que salí de una buena universidad o sólo para pasarlo bien con mis amigos. Yo quiero hacer cosas, muchas cosas, vivir por ellas, llenarme de ellas y acostarme cansada pero feliz de todo lo que he logrado. Quiero escribir, escribir, escribir, leer, llevar lo que hago y lo que otros hacen a tooodos lados, comentar, opinar, investigar, aprender, mover a la gente y los sentidos, no quiero cansarme de sólo pensar en lo dificil que pueden resultar las cosas, no quiero desanimarme al ver el desinterés general, porque no soporto la conformodidad, el letargo y la falta de creatividad. Y por favor por favor por favor que las iniciativas sirvan de algo, miren que no quiero ser una vieja amargada y desmotivada que no hizo nada en su vida.