martes, 9 de enero de 2007

Paperback writer

Hace unas semanas, pocos días después de salir de vacaciones, me dediqué a ordenar profundamente mi pieza. Leí cada papel que tenía (y tengo muchos), incluyendo diarios de vida, cuadernos viejos, agendas y cartas. Ordené todas mis carpetas (y tengo muchas), donde guardo ñoñeces y cosas interesantes cuyos orígenes son el colegio, diarios, revistas, pasquines y un cuanto hay de publicaciones. Para qué hablar de cachureos de variadas índoles, pequeños recuerdos, cosas encontradas por ahí, dibujos, recortes, y un prominente etcétera.
Muchísimas son las cosas que merecen un espacio en mi blog, pero hoy sólo hablaré de mis cuentos, muchos sin terminar, y relatos en general que encontré por montones. En primer lugar rescato mi primer y, hasta ahora, único libro. Sí, escribí un libro. Tenía nueve años y creí que un libro era la mejor manera de inaugurar el lindo cuaderno de Mickey que me había regalado mi hermano Andrés para Navidad.
Al encontrar el cuaderno y recordar que en él estaba mi libro, pensé que al abrirlo me reiría al encontrar un relato cortísimo, pero no fue así. Bueno, largo no es, no supera las 25 hojas de un cuaderno mediano escritas con una letra muy grande y redonda. Pero era más de lo que esperaba, y para qué decir que en esa época, escribir tal cantidad de páginas era tanto pero tanto más de lo que es hoy.
Ahora ya no tengo esa perseverancia. Por un lado, porque me acostumbré a los cuentos más cortos, costumbre que adquirí por libre elección cuando estaba en segundo medio. Pero por otro, porque no tengo el mismo entusiasmo, porque antes de empezar algo más largo creo que no lo terminaré así que para qué empezar. Que horrible declaración.
Leer tantas cosas que escribí de niña me alegró y hasta emocionó un poco, pero de alguna forma significó también una decepción. Escribí mucho más de lo que recordaba, y aunque la mayoría de los cuentos no los terminé, tenía plena conciencia de que escribir mucho me serviría para aprender, para ir corrigiendo errores, y escribía, escribía, escribía y claro que me sirvió, en poco tiempo progresé mucho, y debo decir que hasta me impresioné de lo bien que llegué a escribir a tan corta edad. El progreso que hay desde ese libro con el que empieza mi cuaderno, hasta el cuento inconcluso con el que termina (aunque muchas hojas quedaron en Blanco) es lejos el mayor progreso por el que han pasado mis humildes escritos.
Lamento no haber seguido escribiendo así. Mi época de oro fue entre los 8 o 9 años hasta los 11, más o menos. Después vino un periodo de creaciones muuuy esporádicas (aunque escribir nunca dejó de gustarme) hasta que cuando tenía unos 15 años, la perseverancia de antaño daba señales de resurrección. Si hubiese seguido escribiendo tan afanosamente durante esos 4 años de aridez, sin duda hoy escribiría mejor. Y me desalienta un poco pensar que cuando niña era bastante más talentosa que hoy (proporcionalmente, claro está). Más me desalienta que estoy entrando nuevamente a un periodo como el que viví entre los 11 y los 15. Con la universidad dediqué menos tiempo a la escritura, a lo que hay que sumar una desmotivación de la que ya hablé en una entrada anterior. La situación tomó proporciones inimaginables durante el segundo semestre, durante el cual no escribí más que un par de páginas. Al menos, tengo plena conciencia de la situación y tengo todo el ánimo de revertirla, más todavía estando en vacaciones. Quiero irme a mi parcela unos días para tener mucho tiempo y concentración para escribir todas esas cosas que están colapsando mi cabeza y que necesitan salir catárticamente.
Yendo un poco más allá del mismo hecho de escribir, me llamó mucho la atención lo que escribía. Recuerdo que en ese entonces no pretendía ser autobiográfica, y ahora veo claramente miles de cosas que eran reflejo de lo que vivía. Me pregunto si en unos años veré en mis actuales cuentos, que supuestamente son 98% ficción y 2% experiencias personales, más de mí de lo que creo que hay en ellos.
Es increíble ver gracias a mis cuentos cómo percibía el mundo, qué cosas me interesaban. Quedé genuinamente impactada al leer un cuento lamentablemente inconcluso en el que un amigo de la protagonista tenía miedo del mundo exterior a sí mismo y era juzgado por todos, menos por su amiga (obvio), como un loco. Las conversaciones de los amigos, los pensamientos de este “loco” y su interesantísima personalidad me impresionaron de una forma inexplicable. Es raro que olvidara que había escrito eso.
De tanto leer lo que escribí hace años, recordé mucho lo que pensaba, lo que quería, mis sueños y proyectos. Al menos, para apalear esa decepción de “podría ser mejor si hubiese escrito más”, puedo mirar para atrás y paradójicamente sentir que no perdí el tiempo, que me dediqué a las cosas correctas, que estoy en el mejor lugar posible y que aun queda tanto por delante, muchísimo más del tiempo que ha pasado, y eso me da esperanzas y la posibilidad de soñar más que cuando era una niña. Quizás quería que muchas cosas fueran diferentes a lo que vivo hoy, pero esos eran sueños, y nunca fui muy aterrizada para soñar. Pero al pensar en las cosas concretas que quería para mí, me doy cuenta de lo bien que he elegido y de que esa niña estaría contenta con la Jesu de hoy. La literatura es algo que me apasiona y me quita el sueño desde hace años, incluso de antes de aprender a leer y escribir. Obviamente que no tenía las mismas concepciones y proyectos que hoy sobre la literatura, sino que la vivía como la niña que era. Y me doy cuenta que eso es la vocación. Muchas veces me he cuestionado por qué literatura, y le doy vueltas, y reflexiono, y llego a grandes conclusiones, cada vez más “profundas” y fundadas en todo lo que he aprendido. Pero al final, lo más profundo de todo es ese deseo inexplicable, lejano a todas las ideas racionales respecto a la vocación y la literatura, esas ganas de una niña de ser “escritora”, así, sin saber nada más de libros ni autores ni escuelas ni influencia alguna. Finalmente, el motor de todo es un impulso inexplicable, el mismo impulso que me hacía crear historias antes de saber escribir, con el que llenaba páginas y páginas de diferentes cuadernos cuando era una niña, que me hizo decidirme por literatura sin siquiera sentarme a pensarlo, y que hoy me tiene contenta al sentirlo aún en mí, inmutable a pesar del paso del tiempo y de todos los cambios que ha habido en mi vida.
Eso del 98% y el 2% es una grandísima exageración. La verdad, todo lo que sea exagerado, me encanta.