miércoles, 19 de diciembre de 2007

La historia de mi vida

"(...) Te doy el punto final. Es un punto muy valioso, no lo pierdas. Consérvalo, para usarlo en el momento oportuno. Es lo mejor que puedo darte y lo hago porque me mereces confianza. Espero que no me defraudes. Durante mucho tiempo, tuve el punto final en mi bolsillo. Mezclado con las monedas, las briznas de tabaco y los fósforos, se ensuciaba un poco; además, eramos tan felices que pensé que nunca habría de usarlo. Entonces compré un estuche seguro y ahí lo guardé. Los días transcurrían venturosos, al abrigo de la desilusión y del tedio.
(...)
Con la felicidad, olvidé el estuche, o lo perdí, inadvertidamente. No puedo saberlo. Ahora la dicha terminó, no encuentro el punto final por ningún lado. Esto crea conflictos y rencores suplementarios.
(...)
Ese punto huidizo nos liga, nos ata, nos llena de rencor y de fastidio, va devorando uno a uno los días anteriores, los que fueron hermosos. Sólo espero que en algún momento aparezca, por azar, extraviado en un bolsillo, confundido con otros objetos. Entonces será un gordo, enlutado, sucio y polvoriento punto final, a destiempo, como el que colocan los escritores noveles."


"El punto final"
Cristina Peri Rossi

domingo, 2 de diciembre de 2007

Lecturas veraniegas

Me queda un solo trabajo que hacer para la U. Un trabajo que es para el jueves, lo que me permite declararme de vacaciones durante este fin de semana. No sólo por el simple hecho de que me gusta leer, sino en especial por estar ahogada de leer cosas obligada, que desde hace por lo menos dos meses que me muerdo los labios y siento que algo me explotará en la garganta cuando miro mis libros, de puro que muero de ganas de leer algo que yo elija, y de poder decir alguna vez que he leído todos los libros que sobrepueblan mi pieza.

Y ahora, que al fin tengo toda la libertad de tomar cualquier libro y sentarme a leer con absoluto relajo, la desesperación de elegir uno es mayor que la de querer leer bajo libre elección. Este año, en febrero, fui a Mendoza y me traje varios ejemplares que me hacen babear. Muchos. A esos sumémosle los que he venido comprando compulsivamente desde hace unos dos años (siempre me compro libros, pero antes con mayor planificación y recato), y los muchos libros que me regaló una tía (amiga de mi papá, así que es tía de costumbre y cariño, no de sangre), que se cambió de una casa a un departamento chico, viéndose en la obligación de reducir su biblioteca. Toda esta ola de adquisición lectora significa que tengo muchos más libros de los que podría leer en un par de veranos, así que estoy obligada a elegir, cuando lo único que quiero es leerlos TODOS y AHORA.

Lo que pasa es que La Divina Comedia no es el único libro perfecto. Quizás es el único que lo es siempre, pero hay muchos otros que pueden serlo en el momento y lugar indicados. Hasta Mala onda fue perfecto en su momento. Y tengo tantas ganas de envolverme en libros buenos hasta el hartazgo (y escaparme un poco del mundo), que pretendo hacer las mejores elecciones literarias posibles.

Cuando paso mis ojos por las repisas que abundan en mi pieza y veo libros de autores que aún no he leído, muero por devorarlos. La idea de conocer más autores, de encontrar por ahí uno que sea mejor que cualquier otro que haya leído, que se convierta en mi autor de culto, que me haga sentir que escribió pensando en mi, me entusiasma hasta las mariposas en la guata. Pero también quiero seguir leyendo a tantos otros que ya me gustan, para ver si me gustan más o menos, por el placer snob de leer mucho de un solo autor para creerse un poco el cuento de ser experta en..., o simplemente para llevar un orden quizás necesario entre tanto caos impreso.

Y no crean que lo ya leído está descartado. Qué ganas de leer ese libro o ese cuento que me estremeció, que disfruté tardes enteras durante las cuales me sacó completamente del mundo, y que he ido olvidando injustamente. Hay tanto libro que merece ser releído, subrayado, carreteado, que merece que algunos de sus pasajes queden íntegramente en mi memoria, que merecen ser citados en cartas (amo escribir cartas, como algunos ya sabrán), conversaciones, en lo que sea, porque son tan buenos, o tan míos, que pueden llegar a ser salvadoramente iluminadores. Para qué decir el potencial epigrafiero de estos libros, que es especialmente beneficioso en vacaciones, cuando AL FIN tengo tiempo y cabeza para ponerme a escribir.

No soy capaz de decidir si quiero leer una buena historia, simple, rápida, redonda, tipo Zambra (que fuma mucho), para sentarme en la sombrita de la terraza con algo helado para tomar, para acordarme de algo o alguien real, tan real como creo que es la historia que leo, y alegrarme silenciosamente de ese recuerdo o correr a llamar a esa persona, o mandarle un mensaje o un mail, como ya lo he hecho tantas veces (aunque a veces esos recuerdos no me alegran, y de todas formas terminan en un mail).

Pero puede ser que lo que quiera sea algo un poco más cabezón, y tratar de entender lo imposible: cómo puede haber gente tan seca, cómo sus cabezas llegaron a crear algo así, y dormirme feliz por lo increíble que es (y aquí me pongo mamona y fome) lo que tanto tanto tanto amo, (que vergüenza lo mamoma, que vergüenza lo mamona): la literatura (aún estoy a tiempo de borrar esto, bórralo Jesu, bórralo!!).

Y obvio que quiero saber si eso que tanto me recomendaron es tan bueno como dicen, y salir de la duda y la ignorancia de no haber leído ese libro, a ese autor del que siempre hablas tanto, y con un entusiasmo que me contagias y me pone tan alegre. Me enloquece la idea de al fin poder sentarnos a comer algo rico y comentar todo eso que quisiera pero no puedo porque no he leído, para ver cómo te vas entusiasmando cada vez más, cómo te pones a hablar más rápido y más fuerte y más tartamudo, y vas delatando lo que eres, al haberte fijado en esa parte más que en las otras, al haber recordado con exactitud esas líneas, justo esas.

Pero al final, elija el libro que elija, al menos sé que cualquiera será bueno para comentar comiendo algo rico, que cualquiera me hará tomar el teléfono, o el celular, o hará que me siente frente al computador para escribir un (otro) mail.


y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua