Por todas estas cosas, me he estado distrayendo -oh, alivio- con una variopinta lista dentro de la que destaco mis audiciones de El siniestro Doctor Mortis. Al llegar del diplomado, o antes de ir, según la demanda de clases particulares en las tardes, me preparo algo para comer y, entre las risas de mi mamá, voy a encerrarme a mi pieza, a oscuras. Play, y el terror más clásico inunda la habitación y mis sentidos.
En medio del reality de los mineros y de tanto golpe mediático que se ha armado con cualquier tema que se vea exitoso en los facebook y twitters de los nuevos manifestantes de mac y blackberry, es una delicia disfrutar de clichés que no suenan ridículos, añejos, malempleados hasta el hartazgo, sino que relucen haciendo entender por qué llegaron a convertirse en clásicos. Me alegra darme cuenta de que, aunque el radioteatro no tiene en mí el efecto que se dice que tenía en su época, al menos conservo una capacidad de asombro que creo que muchos han perdido. Ojalá puedan disfrutar, como yo, de muertos vivientes, asesinos en serie, camposantos, risas de ultratumba, noches de tormenta y un-cuanto-hay de infaltables del género. Es cierto que no morirán de terror y su sueño difílmente se verá afectado, y que si quieren aterrarse, hasta los matinales, convertidos en crónicas rojas, sirven para eso, pero la maravilla de la construcción de los relatos -a veces sorprendentemente complejos- sigue siendo aplastante, y hay varios que son, por decir lo menos... inquietantes. MMMMUAHAHAHA