miércoles, 29 de julio de 2009

Sobrenatural

Siempre he pensado que hay algo que va más allá de lo normal en el hecho de querer y recordar tanto a mi abuela, siendo que murió cuando yo apenas tenía 6 años. Es cierto que me han dicho muchas cosas sobre ella, pero prometo que mis recuerdos no son imaginados a partir de lo que escucho. Estoy segura de haber estado ahí, viéndola tejer, tomar café con leche hirviendo (con el que muchas veces me quemé por querer robarle un sorbito), bailándole (un amago de) flamenco con un lindo vestido rojo con puntos blancos y hartos volantes (clásico), jugando a su lado con legos, almorzando con ella los domingos, viéndola tomar el pepino de la ensalada para pasárselo por la cara en lugar de comerlo, y escuchándola hablar de mi tío Carlos con ese marcado favoritismo tan típico de mi familia paterna.
Es raro que a esa edad yo la quisiera tanto, siendo que el favorito de la casa era mi hermano y nunca llegaba con regalos para mí. Es raro que, ya más grande, la quisiera tanto a pesar de haber ido entendiendo mis recuerdos, dándome cuenta de cómo era ella en realidad. Quizás hay algo sobrenatural que envuelve a mi abuela.
Amante desenfrenada de la plata, el póker, la alta costura (gané mi primer concurso literario usando como pseudónimo el nombre de su diseñadora parisina favorita) y las joyas, enemiga del trabajo y la vida familiar y esclava, incluso en sus últimos años, ya octogenaria, de la vanidad. Por todo esto a nadie debería sorprender que manipulara a mi buen y paciente abuelo hasta que pagara una obscena suma de dinero para que pintaran un retrato que perpetuara su joven belleza. Cuando mi abuelo murió, mi tío, heredero de todos los genes ambiciosos y exquisitos de mi abuela, se quedó (robó) una herencia que debió ser repartida entre varios, y escapó a Europa. Los días de gloria y prosperidad económica de los Blanco quedaron en el pasado, y mi abuela debió hacer unos reajustes en su vida que implicaron un abrupto cambio de mobiliario que convirtió su flamante living en uno que no era digno ni de los Venegas. El retrato, que por años estuvo sobre su chimenea, vino a parar sobre la chimenea de mi casa, porque la distinguida señora Elena no aguantaba que su imagen se exhibiera en semejante living, tan indigno y decadente.
Décadas han pasado y el retrato sigue sobre la chimenea, sin la más mínima señal de deterioro. El cuadro es sin duda uno de mis objetos más preciados, y ha estado en el mismo lugar desde que nací, lo que lo hace inconmensurablemente valioso en la casa de una decoradora que cambia todo cada semana y que cada mes hace una remodelación, tanto así que la única pared que no ha cambiado de lugar, además de las estructurales, es la que sostiene a mi abuela de 40 años.
Un día saqué el cuadro porque estaba decorando el living para mi cumpleaños y no combinaba. Lo dejé en el suelo de la bodega, apoyado en una pared. Todo resultó perfecto, lo pasé increíble, la decoración fue insuperable. Al día siguiente, al son de mi carpeta de música “Para hacer el aseo”, limpié los vestigios de la tertulia y de a poco fui poniendo todos los adornos que saqué. Finalmente, fui a buscar el centro focal del living; el famoso retrato. Horror. Dos enormes arrugas iban de lado a lado del cuadro, deformando completamente la antes hermosa cara de mi abuela. Me desesperé, quise llorar, quise morir. Las dos líneas pasaban justo por su frente y su boca, formando en su cara una expresión de rabia que me hacía temblar. Pensé en cuántos ahorros tenía, para mandar a restaurar el cuadro al Bellas Artes, a lo menos, pero aunque me alcanzara la plata, todos notarían la ausencia del cuadro y me matarían (aunque yo ya me sentía tan mal, que difícilmente alguien podría hacerme sentir peor). Me bloqueé, no sabía qué hacer, sólo atiné a colgar el cuadro en su lugar para alcanzar a pensar algo antes de que notaran su ausencia. El living casi no lo usamos entre nosotros, sólo cuando invitamos gente, así que seguramente tendría unos días antes de que las arrugas fueran descubiertas. Al día siguiente, después de una terrible noche sin dormir, fui al living y el cuadro estaba impecable. Desde entonces, cada vez que necesito sacarlo, le pido permiso respetuosamente y lo llevo a mi pieza, saco el cuadro de Marilyn Monroe y lo cuelgo ahí. Mi abuela nunca más volvió a enojarse.

4 comentarios:

Lute dijo...

Me encanta.
Y ahora entiendo tanto.

Felipe Zerené dijo...

shhhh... oye po actualiiiiza po...

Felipe Zerené dijo...

ki tih pah con la poeshia loga?

volvamos a la poesía musical y sin necesidad de ser hueco.

noodleStore dijo...

hola, no tengo dianas, el lente de la holga fisheye es opcional, saludos