sábado, 17 de agosto de 2013

¡Buenos días!

Siempre he sido de hábitos nocturnos. Muy nocturnos. De quedarme dormida después de las 4 de la mañana o pasar de largo como si nada. Pero todo ha cambiado. No sé si será la edad o una serie de cambios de rutina y alimenticios, o quizás todo junto, pero el punto es que me da sueño mucho más temprano y necesito tener mañanas productivas, así que empezar a levantarme temprano se ha convertido en una obligación y finalmente en un placer.

Después de ser una apasionada admiradora de la noche con su silencio, sus luces amarillas y todas las connotaciones literarias que podemos añadir, he pasado lentamente por un proceso de valorar las maravillas de la mañana. La luz es distinta, la gente es muy amorosa cuando salgo a comprar, todo tiene mejor olor y a algunas horas de la mañana también hay silencio, un silencio más calmado que el de la noche, que ahora siento más cansado. Además, viviendo sola todo es harto más silencioso, y en un departamento de paredes muy sólidas, más aún.

Antonio Arbea, mi profesor de latín en la universidad. A él le debo que por primera vez en mi vida pensara que levantarse temprano podría ser algo bueno. De lunes a viernes Arbea daba latín a las 8:30, después se iba a su oficina a trabajar, después parece que iba a jugar tenis, y listo, a la hora de almuerzo ya era un hombre libre. No recuerdo qué tan cierta es esa rutina, si él me contó lo del tenis o qué. Quizás es un poco inventada, pero después de dos años siendo su alumna, puedo suponer que no debe estar tan alejada de la realidad. Y, bueno, sea así o no, por dios que es una rutina envidiable.

Cuando tomé latín avanzado, un electivo que nadie toma, me quedaba una ventana muy grande después del primer módulo y en la que estaba muy sola, porque quién tomaba clases a esa hora. Recuerdo que fue una época muy buena, en que el tiempo, siempre tan escaso, cundía como nunca. A veces era terrible, muchas veces me daban ganas de ir a dormir a la biblioteca después de latín, y reconozco que infinitas veces llegaba muy tarde o ni alcanzaba a llegar. Bueno, fue una época complicada en muchos aspectos y eso obviamente se reflejaba en los horarios y rutinas. En fin. Luego de ese primer intento, volví a mis horarios nocturnos, avalados por horarios de trabajo y estudios que no me dejaban más opción.

Y es que, además, siempre pensé que la noche era más entretenida y la mañana más nerd, lo que probablemente es cierto, pero para qué les voy a mentir, si tuve dos años un profesor de latín es porque sí, tengo una vida muy nerd en muchos sentidos. Y las mañanas me están viniendo bien.

No ha sido fácil. Al principio lograba dormir más temprano, después de días especialmente agotadores, pero en vez de despertarme temprano, dormía como 10 horas y me despertaba realmente tonta, un poco babeada y muy atrasada. Ah, terribles mañanas, saltar de la cama rápidamente provocándome un shock profundo, salir sin desayunar y con el pelo horrible. Pero de a poco lo he logrado y he pasado de esas mañanas en que no hacía nada, a ser una casi madrugadora que cocina, hace ejercicio y deja el departamento impecable antes de comenzar el día laboralsss. Maravilloso. Ahora quiero empezar a levantarme una hora antes y alcanzar a leer o hacer cosas así. Podría leer mientras desayuno, aunque con mis desayunos masacotudísimos quizás es un poco difícil. Otro día les hablaré de mis desayunos, en serio vale la pena.