lunes, 19 de julio de 2010

Entérese

"Siempre he pensado que si hubiera más librerías y menos farmacias, la gente se enfermaría menos".
Mi mamá.

sábado, 3 de julio de 2010

¿Habrán sido los zapatos?

Hace unas dos semanas mi mamá me llevó a comprarme zapatos, para que estuviera más contenta. Me compré tres pares y son lindos, lindos, especialmente unos que parecen antiguos, ¡maravillosos! Cuando se los mostré a mi papá, dijo “pero si son iguales a los de la tía Eulalia”. Los quedé mirando, y son exactamente iguales. EXACTAMENTE.
Hace unos 30 años, mi papá acompañó a mi abuela, la del retrato, a la reducción del cuerpo de la tía Eulalia, que ya llevaba otros 30 años muerta. Obviamente tía mía no es, de mi papá tampoco, quizás de mi abuela, pero algo lejana. Es de esas tías viejas viejas cuyo parentesco nadie recuerda con precisión. Como no tenía parientes más cercanos vivos, fueron ellos, y mi abuela se encontró con la grata sorpresa de que su vestido y zapatos estaban intactos, y esos zapatos eran el último grito de la moda. Obviamente, se los llevó.
Nadie estuvo de acuerdo con que los usara, pero ella no hizo caso, y tuvo razón: fue la envidia de quien la veía con ellos, recibió innumerables elogios, no la atropellaron sorpresivamente, no se atragantó hasta morir, no le cayó nada desde un edificio en construcción y nadie más tenía los mismos. Años después, estando mi abuela ya más vieja y yo muy chica, volvió a usar esos zapatos (tan cíclica que es la moda), que seguían pareciendo nuevos. Un domingo, cuando ella estaba almorzando en la casa con esos zapatos, me enteré de la historia y desde entonces cada vez que los miraba, me daban un poco de susto y desconfianza.
Lo mismo me pasó al ver mis zapatos después de que mi papá notara el increíble parecido y me trajera a la memoria la visión de los zapatos de la difunta y hasta reducida tía Eulalia. Hace un par de días, al desperar, me quedé un rato acostada mirando los zapatos que estaban en un rincón desde hace una semana. Me levanté, y decidí usarlos por primera vez. “Son tan lindos, qué estupidez tenerlos ahí juntado polvo”.
Partí entonces en dirección al Campus Oriente para imprimir algunos textos y fotocopiar otros, lo que debí haber hecho tiempo atrás pero que postergaba y postergaba. Apenas salí, un gato negro se me cruzó, cosa nada rara porque mi calle está siempre llena de gatos, pero claro, por primera vez lo sentí como un mal augurio. Acorté camino cruzando el parque Pucará, como acostumbro hacer, y en medio del pasto había un pajarito muerto, lleno de hormigas. Seguí caminando, haciéndome la indiferente, y al salir del parque noté que en la Iglesia que está justo al frente, estaba entrando mucha gente de negro. Segundos después estaba en la primera esquina que debía cruzar donde hay muchísimo tránsito. Tenía luz roja… y un poco de susto. Cuando cambió la luz, me sentí muy tonta, un poco avergonzada, y crucé a paso seguro, sin que nada me pasara, obviamente. Un par de cuadras y listo, había llegado a mi destino sana y salva.
Fotocopié, imprimí, y taconeando por los lindos pasillos del Campus me dirigía a la puerta para volver a mi casa, ya sin tontos miedos. Casi llegando a la salida, me detuve en seco, perpleja, y me quedé ahí paralizada. Algunas personas que estaban a mi alrededor, con cara de susto miraron en la dirección de mis muy abiertos ojos, pensando que algo terrible debí haber visto, pero no encontraron nada. Yo tampoco veía nada. Mis ojos solamente expresaban espanto, pero eran incapaces de ver, porque mi mente no procesaba nada desde el instante en que me había dado cuenta que sí, algo había muerto. Por primera vez desde hace varias semanas, las ganas de no hacer nada y hundirme en mi cama, en la oscuridad de mi pieza, quedaron enterradas en algún lugar.