martes, 22 de junio de 2010

Atróh

B: ¿Me pueden creer que los auspiciadores se quejaron porque los panoramas culturales que pusimos en la revista son muy ABC1?
M: ¡ABC1! Pero si ahora cualquier gente va a todos lados... anda a darte una vuelta por el Parque Arauco y los C3 van igual... O sea... UNO ya ni puede ir, te juro.
B: Uuuuuuf, si en el Parque Arauco uno se encuentra con cada cosa.
J: ........................

domingo, 20 de junio de 2010

Ternura

M: Una vez que me agarré a combos con un weón, le estaba ganando y se metió su hermano mayor a sacarme la cresta.
J: Oooooh, qué injuuusto.
M: Sí poh, pero en eso se metió mi hermano y le sacó la cresta a los dos.
J: Ah, súper rudo.
M: Es que era mayor que el hermano mayor del otro. Yo tenía como 4, el hermano del pendejo tenía 7, y el Javier tenía 8.

sábado, 5 de junio de 2010

Mundo análogo

Me hace falta sacar fotos y me alegra mucho haberme dado cuenta. Me puse a ver las fotos del viaje, las análogas, claro, y me alegré mucho, no tanto por la rememoración de recuerdos como por el gusto de la contemplación en sí misma y de ver fotos que, sean de donde sean, yo tomé. Y lo hice con tanto cariño, con tanto asombro por la acción maravillosa de sacar fotos.
Recordé cuando fuimos con la L al museo de Hundertwasser en Viena y tuvimos la increíble suerte de que nos tocara una exposición de Annie Leibovitz. La expo era de fotografías desde los 90, así que no le tenía mucha fe. Cuando entramos, no lo podía creer: paredes y paredes tapizadas en pequeñas fotos, una al lado de otra, cientos de fotos maravillosas, de las que no se encuentran en Internet y que me dieron uno de los momentos más inspiradores del viaje. Por lo general, no disfruto tanto las exposiciones de fotografía, pero esa era perfecta, hermosa, sobrecogedora. Y me di cuenta de que la explicación no está en el talento de Leibovitz, sino en el poder de las fotografías, que por suerte en esa oportunidad no fueron expuestas como una seguidilla de soberbios intentos de arte, sino como una caótica mezcla de testimonios de una vida que transcurrió tal como mi mirada iba de una foto a otra.
Lo mismo sentí hace un rato, cuando me puse a revisar viejos álbumes de mi casa, la mayoría repletos de recuerdos que no viví. Muchas fotos de los 70 y 80, con tonos anaranjados, ya irrepetibles. Hermosas. Sentí un deseo tan grande de agarrar mi cámara y salir a fotografiar lo que fuera, todo lo que se me cruzara por delante.
Hay tantas cosas que cambiaron en mi vida y que ya no puedo registrar con alguna de mis cámaras. Ayer, que estaba un poco triste, pensé que era mejor, porque si tuviera fotos de ese momento y con esa persona, ahora las estaría viendo solo para entristecerme más. Pero no, las fotos son maravillosas, tan especiales, que siempre me traen felicidad y no melancolía. Una vez, cuando miraba una foto de mi mamá cuando era muy joven y tenía la edad que yo tenía en ese momento (18 ó 19 años, creo), me puse a llorar. No sé, algo me dio pena, una sensación de impotencia ante el paso del tiempo y el cambio, que a veces es tan malo. No sé dónde dejé esa foto. Hace tiempo que la estoy buscando porque la tengo en la memoria y quiero volver a verla ahora que su imagen me provoca, al menos en la mente, tranquilidad y alegría. No porque las cosas fueran mejores, sino porque las cosas fueron y, de alguna forma, siguen siendo en esa foto. ¿Hay algo más lindo que eso?