lunes, 31 de mayo de 2010

Yo tengo un lindo profesor

Y se llama Miguel Castillo Didier. Es mi profesor de griego clásico en el diplomado en Estudios Griegos que estoy haciendo en el Centro de estudios de la Chile. Seco. Un buen día con mi amigo J, nuestro encuentro en el Emporio terminó en un anochecer acompañado de vino en su casa. Fue entonces cuando me mostró su envidiable Kavafis íntegro y se le ocurrió preguntarme si mi profesor de griego sería Castillo Didier –me encanta cómo le sube el pelo llamarlo por sus apellidos-, el traductor del libro. “Por favor dime que es él, ¡es EL traductor de Kavafis!” Yo, que aún no empezaba el diplomado y que nada sabía del poeta griego ni de don Miguel, reconocí que no tenía idea, y ¡WUJU!, resultó que el importante traductor es el director del Centro y mi profesor de griego. Una segunda mención a mi profesor, en boca de una amiga del magíster, que ya tendrá su propia entrada en este blog, me hizo indagar un poco más y la sorpresa fue magnánima. Don Miguel, tan lindo él, es musicólogo, entre otras muchas cosas. Toca varios instrumentos y hasta tiene una envidiable sala de música en su casa, donde luce nada más y nada menos que un órgano hecho a mano en Francia. Sí, un órgano. Y en su casa. Pero eso no es nada.
Resulta que la esposa de Kazantzakis lo contactó para pedirle que fuera el traductor al español de la obra más impresionante y ambiciosa de su marido, La Odisea. Durante seis años trabajaron a la par en esta tarea titánica; los neologismos y regionalismos usados por Kazantzakis hicieron necesario que don Miguel necesitara la ayuda de la viuda. Al terminar el trabajo, don Miguel pidió como pago un órgano que se hizo a mano durante los mismos 6 años que dedicó a La Odisea… ¿puede alguien ser tan tan lindo y noble, que pide como pago de su trabajo de 6 años un órgano? Además, practica todas las mañanas y también es profesor en el conservatorio de la Chile, según me contaron hace unos días.
Y es tan seco, tan feuchito, tan tierno. Obviamente es absolutamente torpe socialmente, extremadamente formal y cortado para hablar y pronuncia mal la doble rr, problema que no intenta esconder porque repite constantemente la palabra “tellible”, porque “no crean que este ramo es tan tellible” y “es tellible lo indigna que es la bodega del centro”. Para vestirse también es muy formal y como es un poco mal hechito, no hay corte que le quede bien. Es menudito, pero sus lentes son grandes, grandes. Don Migueeeel. Mis compañeros dicen que enseña mal, que es poco pedagógico, pero qué chucha importa eso, me pregunto yo. En todo caso, yo le entiendo todito y es tan, tan seco. Tanto, que lo pueden ver aquí, en la única entrevista que me hizo sentir un profundo odio –mentira– por Cristián Warnken, que no deja que mi lindo profesor se luzca como evidentemente podría.
Post scriptum: te sigo amando, Arbea.

domingo, 2 de mayo de 2010

El verdadero final del Quijote

Capítulo LXXIV

De cómo don Quijote cayó malo, del último engaño que se le hizo y de su muerte
"Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba; porque o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido o ya por la disposición del cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama, en los cuales fue visitado muchas veces del cura, del bachiller y del barbero, sus amigos, sin quitársele de la cabecera Sancho Panza, su buen escudero."
Hasta aquí, mantengo el relato tal y como llegó a mis manos en el manuscrito de Miguel de Cervantes y Saavedra, pero lo que se dice a continuación es lo que rescaté del relato del moro Cide Hamete Benengeli, puesto que el autor español pecó de imaginativo y dio otro fin a nuestro valiente caballero. Ninguno de esos arrebatos de cristianismo es fiel a lo que en realidad aconteció, y es por eso que me veo en necesidad de relataros el verdadero desenlace de tan maravillosa y famosa historia.
Viendo el cura, el bachiller y el barbero el inminente fin de don Quijote, luego de discutir y discutir sobre el tema, decidieron darle una muerte feliz y ya no intentar volverlo a la cordura, empresa que les fue siempre imposible. Estando don Quijote tan triste de no poder desfacer agravios y enderezar tuertos cuan grandioso caballero andante, conmovió a sus amigos que, como hemos visto, habilidad tienen en engaños y triquiñuelas. Decidieron entonces ir donde Aldonza Lorenzo para pedirle que visitara a su siempre enamorado don Quijote, vestida como princesa del más alto linaje para que el de la Triste Figura la viera desencantada. Ama y sobrina no aceptaron el engaño de muy buen talante, que ya de caballeros y pilatunadas de caballería estaban hartas, pero entristecidas ante la salud de don Quijote y queriendo para él el mejor fin, se sumaron a la farsa.
Fueron en busca de Aldonza, a quien tuvieron que convencer ofreciéndole dos botas de vino, que harto tentada por los licores era, y lleváronla a la casa del barbero para acicalarla, que falta le hacía. Cosió la sobrina un bello vestido mientras el ama bañaba a Aldonza que chillaba como cerdo porque jamás le gustó el agua. Frotábala el ama con fuerza porque la mugre que tenía llevaba allí años, y olía que trascendía. Luego del baño preparó la sobrina miel caliente para arrancarle a la robusta joven los vellos negros, gruesos y rizados que tenía como si fueran una sola ceja, en el bigote y los que tapizaban su pecho y piernas. Comenzó la sobrina por el bigote y Aldonza gritó del dolor, de un manotazo hizo volar la miel por la ventana, corrió por la casa, rompió vasijas, volteó mesas, metió el hocico -que es difícil decir que tan tosca mujer tenía boca- en el agua y salió corriendo y subió a lo más alto del primer árbol que encontró. Ama y sobrina tuvieron que prometerle que la dejarían tan peluda como estaba y que le darían otra bota de vino además de una pierna de jamón para que la mujer bajara y siguiera con el engaño. Tuvo que aguantar la pobre que el cura, el barbero y el bachiller tiraran al tiempo de los cordeles de la faja que le pusieron, porque ama y sobrina no tenían tanta fuerza para apretar sus carnes robustas y hacerle algo de cintura en ese cuerpo más heredado del padre que de la madre.
Embellecida Aldonza lo más que se pudo, que no fue mucho, iba a ver a su don Quijote cuando unos mozos de la aldea se le acercaron para reírse de sus atuendos. ¡Mona que viste de seda, mona queda!, gritáronle, lo que oyó don Quijote desde su lecho. Levantó la cabeza lo más que pudo para asomar los ojos por la ventana y ver a qué honrosa dama algunos grandísimos bellacos trataban de esa forma, y al ver a su sin par Dulcinea del Toboso, sintió recobrar fuerzas y decidió ponerse en pie, confiando que el Caballero de la Blanca Luna consentiría que volviese a la caballería sólo por esta vez, para defender a su amada de esos hombres que don Quijote creyó ser los mismísimos infantes de Carrión.
- Sancho, amigo -dijo don Quijote a su leal escudero que no se separó de la cama durante la enfermedad- acercadme mi armadura, que el inigualable y valeroso caballero don Quijote de la Mancha debe defender la honra de su amada.
- Pero vuestra merced está que estira la pata, y prometió no volver a la caballería en un año.
- ¿Qué no veis, grandísimo bellaco, hideputa, que en este momento mi Dulcinea del Toboso está a punto de ser agraviada por los Infantes de Carrión? No hay promesa que valga ni malestar que no se aguante si la honra de mi amada corre algún peligro.
- Yo no veo por la ventana a esos Infantes de Cuairón, pues no veo más que a unos ladronzuelos de la aldea que se burlan de la hija de Lorenzo, y cómo no, que con esas ropas se le ve la espalda más ancha y fortachona de lo que ya es y se le ve todo el pelo que la cubre, que ni Teresa lo tiene en esa abundancia.
- No sigáis, Sancho, que no quiero enfrentarme a mi fiel escudero, y sígueme, que la aventura más importante y honrosa en la que podrías imaginar ver a tu señor está que acaece.
Salió don Quijote a enfrentar a los mozuelos y casi llegando a su encuentro cayó al suelo de la propia vejez y calentura que lo tenía en su lecho. Dio Aldonza unos golpes con la rodilla a los bellacos que de ella se burlaban, ahí donde más les duele, y salieron corriendo como pudieron, con las piernas juntas de las rodillas hacia arriba, que el dolor de los golpes los tenía inmovilizados por esos parajes. Sancho se acercó a su señor y Aldonza, enternecida de ver en tan mal estado a un señor de tal edad, acercose, y recordando lo que había quedado de hacer, tomó la mano de don Quijote, que recobrando apenas el sentido, al ver a quien para él era la mujer más bella de todas las de este mundo, más que Isolda y Oriana, sintió que en su pecho no cabía más felicidad.
- Sancho, dime si no es bella Mi Señora. Oh, mi sin par Dulcinea de Toboso, siento que la vida se me va, pero no hay mejor muerte para un caballero que dar la vida por defender la honra de su amada. Tantas aventuras, todas para prepararme para la final, para la batalla de las batallas, en la que he dado mi vida por vos, mi dulce amada. ¿Viste, Sancho, cómo huyeron esos infames?
- Cómo no iban a salir corriendo con el golpe que les di a esos hideputas- dijo Aldonza.
- Tu vos está cada vez más ronca, Sancho, y no seas codicioso de la gloria ajena, que a esos bellacos yo los golpeé. Y cuida esas palabras, salvaje, que así no se habla en presencia de mi señora.
Estuvo a punto Sancho de decirle a don Quijote que no fue él el que habló, pero el estado de su señor era tal que más de unos minutos de vida no le quedarían, y no pudo sino decirle cuánto lo estimaba y cómo le dolía su partida.
- No os turbéis, Sancho, que en el cielo me esperan el Cid y Amadís. He luchado siempre llevando por delante el nombre de mi tierra, mi Dios, y mi amada Dulcinea, que finalmente ha tomado mi humilde mano. Nada puede ser mejor, no hay otro fin que quisiera más que este. Sólo quiero pedirte, Sancho amigo, que contéis este mi fin, para que se sepa que no fui recluido como un loco, como lo dijo ese tal Avellaneda, ni mucho menos que pasé mis últimas horas declarándome enemigo de Amadís, ¡Dios me guarde!, ni mucho menos arrepentido de las lecturas de las hazañas de los grandes héroes que han pisado este mundo, esos a los que gracias a ti, fiel escudero, he podido igualar. Ese Cervantes, vil bellaco, es el más hideputa de todos. ¡Deshonrosa muerte me ha dado en sus falsos relatos!. Toda deuda entre nosotros queda saldada, Sancho, y dejo a ti ciertos haberes que guardo bajo mi cama. A vos, mi sin par Dulcinea de Toboso, dejo mi corazón, y todas mis aventuras que han sido relatadas fielmente por el moro Benengeli, han sido desde siempre para vuestra merced. Nada me alegra más que vivir mis últimos momentos con tan fermosa doncella, y así partiré seguro de que vuestra merced no creerá las bellaquerías que de mi descenso se han escrito. Sepa usted, que yo muero como el caballero más valiente y más enamorado del que jamás se ha sabido.
Diciendo esto, dio Don Quijote su último suspiro.