Pocos montajes de fotografía digital me enloquecen. Soy más clásica. Robert Doisneau, Man Ray, a ese nivel. Me gusta el glamour del blanco y negro, de la fotografía hasta más o menos los años 50, las fotos que develan fetiches. Claro, todo eso me lleva también a Helmut Newton, otro de mis favoritos.
Pero siempre hay excepciones, y el maravilloso mundo de internet me llevó a Marta Corcho, una española que hace unos montajes maravillosos, que llenan de color a íconos del glamour de Hollywood de los cincuenta fundamentalmente. Su referente no es solo el firmamento hollywoodense, sino también el pop y la estetica kitsch. Como ella dice, dedica su obra "a todas y cada una de las mujeres que la han inspirado y que día tras día siguen haciéndolo. Considero mi trabajo como un homenaje hacia unas personas que han significado un antes y un después a la hora de entender la elegancia, de comprender lo que realmente significa el Glamour" (me enamoré de esa mayúscula).
Es bastante interesante el tema de la elegancia, porque pareciera que Marta Corcho toma íconos de la elegancia para situarlos en un mundo irreal, saturado de estrellas de otrora hasta el punto de reírse de la sobriedad y buen gusto de una Bette Davis, una Marlenne Dietrich o una Audrey Hepburn. Es evidente que hay mayor influencia del exotismo y barroco de grandes producciones tipo Cleopatra (en sus diferentes versiones, aunque la más barroca y kitsch sea la de Liz) o estrellas que, aunque si fueron la cara del Glamour, no fueron un ícono de la elegancia, como Carmen Miranda, el kitsch personificado, o Claudette Colbert, siempre recordada rodeada de oro y frutas por su papel de, justamente, Cleopatra, todo esto junto a la mencionada influencia del pop, que no es precisamente una de las corrientes más elegantes del arte.
Las cabelleras platinadas que en aquellos años parecían iluminadas por la luna, ya no tienen ese color blanco escalofriante y elegante, sino un amarillo furioso que hace resaltar labios exageradamente rojos. Las pelirrojas ahora parecen tener un incendio rodeando sus hermosas caras (ni la distinguidísima Katherine Hepburn se salva), saturadas con fuertes sombras de ojos. Patitos de Hule en las manos de Esther Williams (diossanto), abuso de colores y de animal print, insectos alrededor de Hedy Lamar (y de otras tantas), la sola presencia en su obra de Jayne Mansfield, la platinada y voluptuosa conejita de los cincuenta, y una gran cantidad de accesorios que parecen comprados en Meiggs o rescatados del incendio del Bim Bam Bum contextualizan a las mujeres más bellas, elegantes y glamorosas del cine en una estética kitsch, vibrante y original, que reescribe y hasta se burla de la elegancia del blanco y negro y del firmamento de Hollywood.
A continuación, la época de oro del cine como nunca antes la han visto: