sábado, 20 de octubre de 2007

Ch ch ch ch changes

El tiempo es, definitivamente, demasiado complejo para mi. Últimamente mi vida terminó por desordenarse cronológicamente de una forma impresionante. Los anacronismos me sitúan una y otra vez hace más o menos un año, hace medio año, hace dos años, y por otro lado el futuro se acerca vertiginosamente, haciéndome sentir a veces que realmente no vivo en el presente sino en un Loquevendrá que está comenzando o ya comenzó.

Pero con mi línea temporal tan enredada, vuelvo a momentos pasados y puedo ver momentos futuros que me hacen, inevitablemente, juzgar(me) y hacerme mil preguntas de por qué estoy acá o allá y de cómo he hecho las cosas. En un par de días es increíble cómo he cambiado una y otra vez de opinión respecto a mis decisiones. Me arrepiento de tal cosa, pero eso es sólo ahora porque en su momento estuvo bien, pero tampoco me arrepiento en el presente, sino viendo las cosas desde el inevitable futuro. Cosas que yo daba por seguras se desmoronan, y todo lo que hice basándome en esos dogmas personales se desmorona, pero cómo arrepentirme si yo no lo sabía, cómo arrepentirme si en el futuro me hará bien, si quien sabe si esos dogmas vuelven a arraigarse en mi cabeza (y/o corazón), y así, cada vez las cosas se hacen más enredadas (más todavía para el que lee sin saber a qué me refiero).

Y esto del tiempo y el arrepentimiento van de la mano. No es fácil arrepentirse. Soy demasiado orgullosa para eso, pero también soy demasiado orgullosa como para volver a caer en los mismos errores, cosa que de seguro haré si no me arrepiento de ellos. Imposible no citar al Mati, quien afirma jamás arrepentirse de nada porque su personalidad se lo impide. Y es justamente mi personalidad la que me inclina a jamás arrepentirme y a hacerlo constantemente (la bipolaridad ataca de nuevo, señores!). En estas revisiones temporales todo se complica y jamás sé con qué criterio ver las cosas y no quiero quedarme pegada en divagaciones, sin aprender nada de todo lo vivido (que ha sido tanto desde hace ya varios meses).

Y al final todo parece reducirse a algo tan simple: la elección. La elección de algo verdadero. Aunque las cosas no resulten como las imaginé, lo que importa es haber elegido algo verdadero, es haberme arriesgado y haberme acercado más a la felicidad y a la satisfacción cuando opté por darle cierto rumbo a mi vida. Pero el tiempo y su indiscutible complejidad, sus vueltas que me llevan a momentos que no son los presentes y entonces las cosas ya no son tan fáciles, porque con la distancia me pregunto qué tan verdadero fue eso que elegí. Qué tanto lo/me quería como para hacer eso, qué tan cierto era eso que yo creía tan fervientemente, cuánto influyen mis miedos, expectativas, ideas preconcebidas y prejuicios al momento de elegir... Y, para complicar más las cosas, ni siquiera me esfuerzo por hacer un orden temporal o un orden de lo que sea, porque las cosas no pasan como nos enseñan en el colegio ni como nos cuentan en las biografías, las líneas de tiempo no existen, y es todo un enredo, y si no es así, no es vida no más. Debo reconocer que, a pesar de mis “quejas” (no creo que esa sea la mejor palabra, pero no se me ocurre otra... quizás deba decir “comentarios con un dejo de lamento”), me gusta el caos, y necesito el caos. Necesito cuestionarme las cosas y no poder ordenarlas y clasificarlas fríamente... y creo que es porque, al final, todo parece reducirse a algo tan simple: La elección. La elección de algo verdadero. Y es justo en medio del caos cuando surge una sensación, una certeza, la certeza de la duda, un apretón en la guata, un recuerdo que me saca sonrisas o un futuro que planifico con adrenalina, y eso no es otra cosa que la manifestación de lo verdadero.

Y todas estas palabras caóticas, este enredo de ideas que significativamente no tienen un orden temporal muy lógico que digamos, al final se resumen en que no, no quiero arrepentirme, pero también quiero arrepentirme porque tengo ansias de seguir, porque ya estoy siguiendo, y para eso es necesario haber aprendido del error. Y todo este ir y venir por un tiempo que jamás podría graficarse con una línea recta, es un cuestionamiento sobre el arrepentimiento, sobre lo verdadero de lo que elijo a cada momento. O, mejor dicho, todas estas palabras caóticas, este enredo de ideas que significativamente no tienen un orden temporal muy lógico que digamos, al final se resumen en que (¿ya hablé de anacronismos y repeticiones?)
“nadie se aguanta aquí mucho tiempo, ni siquiera tú y yo, hay que vivir combatiéndose, es la ley, la única manera que vale la pena pero duele, Rocamadour, y es sucio y amargo, a ti no te gustaría, tú que ves a veces los corderitos en el campo, o que oyes los pájaros parados en la veleta de la casa. Horacio me trata de sentimental, me trata de materialista, me trata de todo porque no te traigo o porque quiero traerte, porque renuncio, porque quiero ir a verte, porque de golpe comprendo que no puedo ir, porque soy capaz de caminar una hora bajo el agua si en algún barrio que no conozco pasan Potemkin y hay que verlo aunque se caiga el mundo, Rocamadour, porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero, si uno se ordena como un cajón de la cómoda y te pone a ti de un lado, el domingo del otro, el amor de la madre, el juguete nuevo, la gare de Montparnasse, el tren, la visita que hay que hacer”. (Y esto, como usted ya lo notó, es de Rayuela)